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Cuento de los hermanos Pinzones - Jorge Ibargüengoitia

Cuando nació el mayor de los hermanos Pinzones se agrió la leche en la olla y se cayó el primer chayote de la enredadera. La tía Socorrito, a quien le gustaba hacer profecías, aprovechó el momento para decir:

–La leche agria y el chayote indican que este niño que acaba de nacer va a tener un carácter agrio y espinoso. Es decir, va a ser insoportable.

Se equivocaba. El niño nunca dio guerra y no lloró ni cuando le echaron el agua del bautismo. Le pusieron Manuel y en adelante todos los que lo conocieron le dijeron Meme Pinzón.

Cuando nació el menor de los hermanos Pinzones cantaron los pajaritos y el campo se llenó de flores. La tía Socorrito profetizó:

–Este niño va a ser precioso y tan simpático que la gente se va a pelear por estar con él.

Los que la oyeron decir esto voltearon a donde estaba la cuna y en ella vieron al niño amoratado, abriendo la bocota y berreando.

Le pusieron Guillermo y le dijeron Memo.

Memo Pinzón lloraba de hambre y le daban de comer, lloraba de miedo y venían a consolarlo y lloraba de envidia cada vez que le tocaba a su hermano la naranja más grande o el bizcocho más bueno. Lloró y lloró, pero creció grande y fuerte, aunque sintiéndose desdichado.

Mientras Memo lloraba y crecía, Meme aprendió a leer sin que nadie le enseñara. Esto se descubrió el día en que la tía Socorrito entró en el cuarto y encontró al niño en la bacinica, leyendo el periódico.

–Este niño –profetizó la tía Socorrito al ver este espectáculo– va ser licenciado.

Se equivocaba otra vez. Meme era tan bueno, tan dócil y todos lo querían tanto en su casa, que no se quisieron separar de él y nunca lo mandaron a la escuela. En vez de estudiar, entró de aprendiz en la zapatería de su padre y allí se quedó. Fue zapatero toda su vida.

Memo, en cambio, daba tanta lata, que apenas estuvo en edad de ser admitido, fue a la escuela.

Desde el primer día de clases se hizo famoso. La maestra le ordenó a un niño que pasara al pizarrón. Memo empezó a llorar.

–¿Por qué lloras, niño Pinzón?

–Porque usted pasó a ese niño al pizarrón y a mí no.

La maestra hizo que el otro niño regresara a su lugar y le dijo a Memo que pasara al pizarrón.

Cuando Memo llegó junto al pizarrón, volvió a llorar.

–¿Por qué lloras ahora, niño Pinzón? –preguntó la maestra.

–Porque me pasa a mí al pizarrón y a los demás niños no.

Sus compañeros le pusieron “Guillermina Lagrimotas”, y así le dijeron hasta que Memo creció y fue el alumno más alto y más fuerte de la clase y empezó a golpearlos a ellos y a hacerlos llorar. Dejaron de decirle Guillermina Lagrimotas y empezaron a decirle el Feroz.

Los alumnos le temían y los profesores lo detestaban y unos y otros esperaban con ansia el momento de no tener que volver a ver al Feroz Memo Pinzón.

En esos días hubo un concurso de composiciones sobre los Niños Héroes en el que podían participar todos los alumnos de primaria de cualquier escuela de la República.

El primer premio se llamaba “La Vuelta al Mundo de un Estudiante”, y consistía en estudiar durante tres años en las mejores escuelas de Japón, de Francia y de la India.

–Si este premio lo ganara el Feroz Memo Pinzón, no volveríamos a verlo en tres años– dijo el mejor alumno de la clase y el más chiquito, que era una de las principales víctimas de Memo.

Propuso que entre toda la clase se hiciera una composición y la mandaran al concurso a nombre de Memo Pinzón, con la esperanza de librarse así de él. Sus compañeros aprobaron la idea y todos, niños y niñas, se reunieron varias tardes para trabajar en la composición sobre los Niños Héroes.

Ninguno escatimó esfuerzos y la composición salió tan bien, que fue premiada.

Toda la escuela, maestros y alumnos, fueron al aeropuerto a despedir a Memo Pinzón, y nunca se ha oído cantar Las Golondrinas con tanta alegría.

Memo le dio la vuelta al mundo y regresó a México igual de feroz, igual de abusivo y sintiéndose desgraciado, pero famoso por haber sido el niño ganador del premio “La Vuelta al Mundo de un Estudiante”.

Gracias a esta fama hizo una gran carrera y llegó a ser millonario y director de varias empresas. El día que juntó 100 millones, salió en la televisión y el entrevistante le preguntó si estaba satisfecho con ésos o si todavía quería más.

Memo Pinzón contestó:

–Ni me basta con lo que tengo, ni quiero más. Yo lo que hubiera querido ser toda mi vida es zapatero, como mi hermano.

Jorge Ibargüengoitia, El ratón del supermercado y... otros cuentos, Ilus. de Magú, FCE, México, 2005, pp. 9-16.

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