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Mostrando entradas de agosto, 2022

Ensayo de nota luctuosa. No manden flores - Jorge Ibargüengoitia

El miércoles pasado, 29 de agosto de 1973, a las siete de la noche, murió Luz Antillón, que fue mi madre. Cuando yo estaba en la agencia, escogiendo la caja, oí su voz que me decía: —¡La más barata, la más barata! Creo que si hubiera visto la que compré, hubiera dicho: —Muy bien. ¿Pero cuánto te habrá costado? ¡A poco cuatrocientos pesos! Los precios que tenía en la cabeza eran de 1937. Nunca fue afecta a entierros, pero creo que el suyo no le hubiera parecido mal. El cortejo no fue a vuelta de rueda, la carroza llegó junto a la tumba y, lo más importante, nadie detuvo el descenso del féretro para decir «unas palabras de despedida». Los empleados de la agencia, que la cargaron y la bajaron a la tumba, le hubieran causado muy buena impresión. —Muy limpios, muy bien rasurados, dos de ellos bastante guapos. ¡Pobres muchachos, qué oficio tan horrible el de andar cargando muertos! —probablemente para resaltar los adelantos modernos, hubiera recurrido a una comparación con los cargadores bor...

Con instinto de primeriza - Reinaldo Bernal Cárdenas

En su departamento, Sora desatiende por un instante la pantalla del computador, vuelve los ojos hacia él y le dedica una mirada bondadosa, maternal; calada de paciencia experta. Solo es un ser indefenso, piensa. Ese pensamiento disipa su contrariedad. Se levanta. Da unos pasos para acercarse. No se explica qué le sucede hoy, qué reclama. ¿A quién preguntarle? Ya cambió su pañal, le dio papilla de manzana y descorrió la persiana para que le diera el sol. Pero él aún gimotea como tratando de articular alguna palabra. A punto de lágrimas, aquellos ojos empequeñecidos suplican, demandan. Sora desconoce si son cólicos, sueño, ansiedad o algún dolor… “Sé bueno y trágate la pastilla, toma un poco más de agua. Shhh…tranquilo.” Si bien su jefe espera que ella envíe con urgencia el informe, Sora no vuelve a su tarea; el instinto está primero: la sangre tira. Inhala profundo procurando no angustiarse. ¡Si tan solo pudiera acudir a su madre por ayuda! Imposible, ella murió hace pocos meses y ya no...

Insomnio - Reinaldo Bernal Cárdenas

Viuda y sola, se habituó a deambular por los recodos más sombríos de su vieja mansión. Sospechaba, no sin razón, que, en las horas altas de su insomnio, y obedeciendo a un orden sobrenatural, los cuartos y pasadizos se llenaban de ojos tras las cerraduras, de bocas enervantes y sudores que atravesaban las paredes que espiaban. Eso le producía cierta contrariedad, pero sobre todo la aterraba; de modo que recorría la casona una y otra vez profiriendo primitivas conjuras de expulsión aprendidas de la madre, y luego, sobrecogida, terminaba guareciéndose en la franja de luna que se colaba por el cortinaje, hasta que el día despertaba y las alondras marcaban el tiempo sobre los tejados, entonces sí volvía al descanso en su lecho frío. En la negritud crepuscular de aquella lejanía, y al amparo de los enormes muros derruidos, la anciana Madame de Tremouillac buscaba disipar la inquietud que le impedía entregarse a un dormitar pacífico e imperioso. Con temblor de sábana, y aferrada al espejismo...