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Mostrando entradas de octubre, 2023

Caperucita roja - Teresa Wilms Montt

¡Caperucita Roja! ¡Pobre muñeca rubia, cuya historia tanto hemos escuchado sin penetrar nunca la tragedia de su alma de flor! Como ustedes saben, Caperucita era buena, pero curiosa. Amó demasiado la plática del lobo en la soledad del bosque, olvidando los buenos consejos de su madre. ¡Era tan melifluo el ladino lobo! Sabía mirar tan hondo con sus ojos encendidos como ascuas. Caperucita no pudo escapar de esa red hábilmente entretejida de sutiles encantos, y murió, triturado el corazón entre los dientes de aguja… ¡Pobre Caperucita Roja, frágil cosita de sueño! ¡Con qué pena debemos llorar la muerte de tu alma de flor! En un país cuyo nombre no recuerdo —de esto hace mucho tiempo— vivía una señora viuda que poseía, como inmenso y único tesoro, una hija. Era la niña tan linda, tan blanca, tan rubia, tan suave, cual rayo de sol, cual copo de nieve; era ángel humano cuya carne fuese hecha de raso y pétalos. La viuda adoraba a su hijita; ella correspondía a ese cariño con beata sumisión. Cap...

La mata - Tomás Carrasquilla

Vivía sola, completamente sola, en un cuarto estrecho y sombrío de cabo de barrio. Sus nexos sociales no pasaban de la compra, no siempre cotidiana, de pan y combustible, en algún ventorrillo cercano; del trato con su escasa clientela, y de sus entrevistas con el terrible dueño del tugurio. Este hombre implacable la amenazaba con arrojarla a la calle, cada vez que le faltase un ochavo siquiera del semanal arrendamiento. Y, como pocas veces completaba la suma, vivía pendiente de la amenaza. Después de ensayar con varios oficios, vino a parar en planchadora de parroquianos pobres; que para ricos no alcanzaban sus habilidades. Faltábale trabajo con frecuencia, y entonces eran los ayunos al traspaso. El hambre, con todo, no pudo lanzarla a la mendicidad. Era uno de esos seres a quienes la rueda de la vida va empujando al rodadero, sin alcanzar a despeñarlos. Más que vieja, estaba maltrecha, averiada por la miseria y las borrascas juveniles. De aquella hermosura soberana, que vio a sus plan...

La canción de mamá - Hernando Téllez

¿Saben ustedes que soy un criminal? No. No es esta la palabra. Soy menos que un criminal: un homicida. Un criminal, un asesino, es diferente. Yo no quería matar a nadie. Pero maté. ¿Para qué negarlo? Por eso soy un hombre desgraciado. ¡Y hace tantos años! ¿Sabían ustedes lo que es un hombre desgraciado? Probablemente hay entre ustedes muchos que no lo saben. Los felicito. Debe ser agradable vivir así. Pero todo esto es muy confuso. Y no encuentro la manera de que resulte más claro. Ustedes perdonen. Pero aquello fue tan absurdo. Tan absurdo y tan sencillo. Y tan fácil. Imagínense ustedes que yo tenía seis años… Pero no, este no es el orden del relato. Ustedes nada entenderían. ¿Cómo debo comenzar? ¡Ah!, sí señores, por mi madre. Mamá viajaba conmigo y con él, en el barco. Desde luego, yo fui el responsable de todo. No, de todo no, porque mi madre lo había dicho. ¿Conocen ustedes la canción? Seguro que la conocen. Y ahí estaba la amenaza, al final de la canción. Cuando vino el capitán d...

La rebelión - Virgilio Díaz Grullón

—¿Por qué no te casas, tía Julia? —Porque nadie ha querido casarse conmigo, Pedrito. Ella estaba sentada en la mecedora que impulsaba suavemente, tratando de adormecer al niño recostado en sus rodillas. —Yo me casaría contigo —dijo él—, pero soy muy chiquito, ¿verdad? La mujer sonrió con dulzura y le acarició el pelo mientras respondía: —Sí. Ahora estás muy chiquito; pero cuando crezcas, tal vez... —Creceré pronto, tía Julia, y entonces nos casaremos. —Sí, mi hijito, y seremos muy felices los dos, como en los cuentos. Pero ahora duérmete, que ya es tarde y mañana tendrás que madrugar. Bajó con lentitud la mano desde la cabeza del niño hasta su frente y desde allí a los ojos, forzándole suavemente a cerrarlos. Se meció durante un rato más, y cuando estuvo segura de que él dormía ya, se puso en pie y lo acostó en la cama. Tan pronto apagó la luz, comenzó a escucharse claramente dentro de la casa el ruido del hierro golpeando acompasadamente sobre el cuero. “¡Otra vez aquel hombre trabaja...

El profesor suplente - Julio Ramón Ribeyro

Hacia el atardecer, cuando Matías y su mujer sorbían un triste té y se quejaban de la miseria de la clase media, de la necesidad de tener que andar siempre con la camisa limpia, del precio de los transportes, de los aumentos de la ley, en fin, de lo que hablan a la hora del crepúsculo los matrimonios pobres, se escucharon en la puerta unos golpes estrepitosos y cuando la abrieron irrumpió el doctor Valencia, bastón en mano, sofocado por el cuello duro. —¡Mi querido Matías! ¡Vengo a darte una gran noticia! De ahora en adelante serás profesor. No me digas que no… ¡espera! Como tengo que ausentarme unos meses del país, he decidido dejarte mis clases de historia en el colegio. No se trata de un gran puesto y los emolumentos no son grandiosos pero es una magnífica ocasión para iniciarte en la enseñanza. Con el tiempo podrás conseguir otras horas de clase, se te abrirán las puertas de otros colegios, quién sabe si podrás llegar a la Universidad… eso depende de ti. Yo siempre te he tenido una...

Caballito blanco - Onelio Jorge Cardoso

Era, primero un carrusel, o un niño primero y un carrusel después. Nunca se sabrá. La cosa es que el niño estaba enfermo de un mal de pie o de pierna que lo tenía impedido de caminar. Así pues, se pasaba el tiempo mirando por la ventana abierta dar vueltas al carrusel y oyendo su música alegre del otro lado de la calle. Veía los corcelitos pasar corriendo, desbocados, las bocas rojas de grandes dientes blancos y las crines de madera sueltas al viento. De modo tal que le fue tomando tanta simpatía al caballito, que no hubo tarde que no lo mirara ni noche que no soñara con él. Y, precisamente, una de esas noches en que estaba soñando, sintió un fuerte resoplido junto a la ventana, ¡brrrrr!, y despertó sorprendido por los ojos del caballito que lo miraban. —Oye, ¿qué te parece si damos una vueltecita por el campo? —dijo, y el niño se sintió tan contento que le saltó el corazón de alegría. —¡Ahora mismo! —dijo. —Pues monta —respondió el caballito. Pero de repente el niño se contuvo: —Es qu...

La niña que no tuve - Rodrigo Rey de Rosa

A los ocho años, había sido condenada a muerte. Una extraña enfermedad, cuyo nombre no quiero repetir, la disolvería en menos de ciento veinte días, según varios doctores. El médico que me dio las malas nuevas lo hizo cuan humanamente pudo, pero eso no bastó. Tuvo que ser cruel, con la crueldad particular que se desarrolla en esa profesión. Le pedí que describiera las etapas de la enfermedad, y él precisó punto por punto  — «con un margen de dos o tres semanas» —  la descomposición de mi niña. Como, terminada la descripción, él añadió: «Me temo que no hay nada más que nosotros podamos ha­cer», le dije que si lo que aseguraba no era cierto, yo lo maldecía. Llegué a casa con pensamientos fúnebres mezclados con accesos de esperanza: pero la niña estaba tendida en su camita, pálida y temblorosa, pues era la hora de los ataques. La niñera salió del cuarto en silencio, y yo me arrodillé al lado de la niña. — ¿Cómo te sientes?  — le pregunté, y le besé la frente. — Mal  — d...