Fernando sentía la incomodidad de la mirada del árabe, que sentado a sus espaldas a una mesa de esterilla en el otro extremo de la terraza, no apartaba posiblemente la mirada de su nuca. Sin poderse contener se levantó y, a riesgo de pasar por un demente a los ojos del otro, se detuvo frente a la mesa del marroquí y le dijo: —Yo no le conozco a usted. ¿Por qué me está mirando? El árabe se puso de pie y, después de saludarlo ritualmente, le dijo: —Señor, usted perdonará. Me he especializado en ciencias ocultas y soy un hombre sumamente sensible. Cuando yo estaba mirándole a la espalda, era que estaba viendo sobre su cabeza una gran nube roja. Era el crimen. Usted en esos momentos estaba pensando en matar a su novia. Lo que decía el desconocido era cierto. Fernando había estado pensando en matar a su novia. El moro vio cómo el asombro se pintaba en el rostro de Fernando y le dijo: —Siéntese. Me sentiré muy orgulloso de su compañía durante mucho tiempo. Fernando se dejó caer melancólicame...