Me habían aconsejado no ir solo y de tarde por esos campos. Partidas de soldados del Gobierno recorrían los caminos, entraban en los caseríos y en las casas aisladas, en busca del Comandante. En una de sus frecuentes invasiones el Comandante había llegado por allí. Había tomado el pueblo cabecera del Distrito, había enviado un insolente telegrama al caudillo. “Si no tiene miedo venga a buscarme”. Había cogido unos fusiles viejos en la Jefatura, le había repartido a la gente del pueblo carne y papelón, y había desaparecido. ¿Quién sabe por dónde andaría con su partida? Pero yo era joven y me atraía el posible riesgo y el gusto de la aventura. Iba por el lado del Algarrobo. Faldas de monte, cubiertas de bosque y arboledas de café, vallecitos de pasto con algún ganado y quebradas de mucha piedra y agua espumosa. Los árboles muy tupidos y mucha hoja seca en las veredas que dan vueltas sin dejar ver a lo lejos. Además estaba oscureciendo a toda prisa. A poco de tomar el camino topé con la p...