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Mostrando entradas de abril, 2025

Conejos blancos - Leonora Carrington

Ha llegado el momento de contar los sucesos que comenzaron en el número 40 de la calle Pest. Parecía como si las casas, de color negro rojizo, hubiesen surgido misteriosamente del incendio de Londres. El edificio que había frente a mi ventana, con unas cuantas volutas de enredadera, tenía el aspecto negro y vacío de una morada azotada por la peste y lamida por las llamas y el humo. No era así como yo me había imaginado Nueva York. Hacía tanto calor que me dieron palpitaciones cuando me atreví a dar una vuelta por las calles; así que me estuve sentada contemplando la casa de enfrente, mojándome de cuando en cuando la cara empapada de sudor. La luz nunca era muy fuerte en la calle Pest. Había siempre una reminiscencia de humo que volvía turbia y neblinosa la visibilidad; sin embargo, era posible examinar la casa de enfrente con detalle, incluso con precisión. Además, yo siempre he tenido una vista excelente. Me pasé varios días intentando descubrir enfrente alguna clase de movimiento per...

El monstruo - Mariana Enríquez

Pablo supo que Carlitos no iba a volver cuando vio a su mamá entrar al rancho a los gritos, mientras las tías la sostenían para que no se cayera al piso o se arrancara los pelos. Después le dieron una pastilla con vino y la pusieron a dormir. A él le dijeron que se portara bien, y lo abrazaron mucho, porque sabían cuánto quería a su hermano. A Carlitos lo habían matado, y el cuerpo apareció flotando en el Riachuelo, boca arriba —cosa bastante rara, porque los ahogados solían quedar boca abajo—. Pablo se fue corriendo al fondo de la isla, y se metió a llorar en una de las casillas abandonadas. Ya estaba desobedeciendo a su madre, porque a ella no le gustaba que fuera para el fondo, donde vivían los densos, que tomaban mate en los pasillos todo el día y después salían a la noche todo mal, o se los llevaba la policía, o los mataba la policía o se tiroteaban entre ellos y con la policía. La gente de adelante les tenía miedo, porque en Montaña, la calle principal, se andaba bastante tranqui...

Caín - Virgilio Díaz Grullón

El mensajero de la oficina colocó la tarjeta sobre el escritorio, Vicente la miró distraídamente y la rodó hacia un lado con el dorso de la mano, concentrándose de nuevo en la lectura del documento que tenía enfrente. Aunque había posado por un instante los ojos sobre las letras impresas en la pequeña cartulina, su significado apenas rozó la superficie de su conciencia y fue solo un rato después cuando las letras parecieron ordenarse en su cerebro y formar el nombre que ahora surgía con pleno significado para él. —Leonardo Mirabal —dijo en voz alta complaciéndose, como antes, en la sonoridad de las palabras. Reclinándose en el respaldar de su lujoso sillón de cuero, Vicente se sumergió en recuerdos antiguos mientras se acariciaba la mejilla con el canto afilado de la tarjeta. ¡Qué lejanos le parecieron de pronto aquellos tiempos del colegio! El primer día de clases: los muchachos corriendo hacia las puertas enormes, gritando y riendo mientras él, esquivo y huraño, se pegaba a las pared...

Conservas - Samanta Schweblin

Pasa una semana, un mes, y vamos haciéndonos la idea de que Teresita se adelantará a nuestros planes. Voy a tener que renunciar a la beca de estudios porque dentro de unos meses ya no va a ser fácil seguir. Quizá no por Teresita, sino por pura angustia, no puedo parar de comer y empiezo a engordar. Manuel me alcanza la comida al sillón, a la cama, al jardín. Todo organizado en la bandeja, limpio en la cocina, abastecido en la alacena, como si la culpa, o qué sé yo qué cosa, lo obligara a cumplir con lo que espero de él. Pero pierde sus energías y no parece muy feliz: regresa tarde a casa, no me hace compañía, le molesta hablar del tema. Pasa otro mes. Mamá también se resigna, nos compra algunos regalos y nos los entrega  — la conozco bien —  con algo de tristeza. Dice: — Este es un cambiador lavable con cierre de velcro… Estos son escarpines de puro algodón… Esta es la toalla con capucha en piqué… Papá mira las cosas que nos van regalando y asiente. — Ay, no sé…  — digo y...

La asamblea de los animales - Alfonso Reyes

Tenía que suceder al fin. Varias veces nos lo habían advertido y nunca quisimos hacer caso. Ello es que las fieras y animales silvestres, espantados por los desmanes del hombre, se reunieron secretamente en alguna ignorada región del África para tomar providencias ante una posible catástrofe del planeta. Por supuesto, no se ha permitido la presencia a cualquiera. Se expulsó a los astutos insectos y otras alimañas menores, tan creídos de que son los futuros amos del mundo por su capacidad de “proliferar” entre las mayores abyecciones, sin perdonar siquiera a los hormigueros y a los panales, que  — pese a la literatura —  son los causantes de todo el daño, por haberse propuesto al hombre como tipo de la perfecta república: nacional socialista, claro está. Algunas bestias mentadas en el Libro de Job , jeroglíficos vivientes, fueron asimismo víctimas de la previa censura. Así la cabra montés y la corza, remisas e inasimilables, dotadas de posteridad pero no de continuidad, y que, ...

Antes de la Guerra de Troya - Elena Garro

Antes de la Guerra de Troya los días se tocaban con la punta de los dedos y yo los caminaba con facilidad. El cielo era tangible. Nada escapaba de mi mano y yo formaba parte de este mundo. Eva y yo éramos una. —Tengo hambre —decía Eva. Y las dos comíamos el mismo puré, dormíamos a la misma hora y teníamos un sueño idéntico. Por las noches oía bajar al viento del Cañón de la Mano. Se abría paso por las crestas de piedra de la sierra, soplaba caliente sobre las crestas de las iguanas, bajaba al pueblo, asustaba a los coyotes, entraba en los corrales, quemaba las flores rojas de las jacarandas y quebraba los papayos del jardín. —Anda en los tejados. La voz de Eva era la mía. Lo oíamos mover las tejas. De las vigas caían los alacranes y las cuijas cristalinas se rompían las patitas rosadas al golpearse sobre las losas del suelo de mi cuarto. Protegida por el mosquitero, tocaba el corazón de Eva que corría en el mío por los llanos, huyendo del vaho que soplaba del Cañón de la Mano. El vient...

La noche del perro - Francisco Tario

Mi amo se está muriendo. Se está muriendo solo, sobre su catre duro, en esta helada buhardilla, donde penetra la nieve. Mi amo es un poeta enfermo, joven, muy triste, y tan pálido como un cirio. Se muere así, como vivió desde que lo conozco: silenciosamente, dulcemente, sin un grito ni una protesta, temblando de frío entre las sábanas rotas. Y lo veo morir y no puedo impedirlo porque soy un perro. Si fuera un hombre, me lanzaría ahora mismo al arroyo, asaltaría al primer transeúnte que pasara, le robaría la cartera e iría corriendo a buscar a un médico. Pero soy perro, y, aunque nuestra alma es infinita, no puedo sino arrimarme al amo, mover la cola o las orejas, y mirarlo con mis ojos estúpidos, repletos de lágrimas. Quisiera al menos hablarle, consolarle, pues sé que aunque es muy desgraciado, ama la vida, las cosas bellas y claras, el agua, los árboles… Está tísico y morirá irremediablemente. Yo también lo estoy, pero ello importa poco. Él es un poeta, y yo un perro de la calle. Un ...

Árboles petrificados - Amparo Dávila

Es de noche, estoy acostada y sola. Todo pesa sobre mí como un aire muerto; las cuatro paredes me caen encima como el silencio y la soledad que me aprisionan. Llueve. Escucho la lluvia cayendo lenta y los automóviles que pasan veloces. El silbato de un vigilante suena como un grito agónico. Pasa el último camión de medianoche. Medianoche, también entonces era la medianoche… Reposamos, la respiración se ha ido calmando y es cada vez más leve. Somos dos náufragos tirados en la misma playa, con tanta prisa o ninguna como el que sabe que tiene la eternidad para mirarse. Nada que no sea nosotros mismos importa ahora, sorprendidos por una verdad que sin saberlo conocíamos. Nos hemos buscado a tientas desde el otro lado del mundo, presintiéndonos en la soledad y el sueño. Aquí estamos. Reconociéndonos a través del cuerpo. Nos hemos quedado inmóviles, largo rato en silencio, uno al lado del otro. Tu mano vuelve a acariciarme y nuestros labios se encuentran. Una ola ardiente nos inunda, caemos ...