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Mostrando entradas de mayo, 2025

La vida secreta de los insectos - Bernardo Esquinca

Dos noticias: 1. Hoy voy a hablar con mi esposa, tras dos años de no hacerlo; 2. Mi esposa está muerta. Falleció hace dos años, en extrañas circunstancias. Es mi día de descanso y “la cita” es hasta la noche, así que aprovecharé el tiempo para estar en la playa. A Lucía le encantaba el mar. No se metía a nadar, le tenía mucho respeto. Pero daba largas caminatas por la orilla y disfrutaba dejando que las olas le lamieran los pies descalzos. Curiosamente, en una ocasión me dijo que cuando muriera, el último lugar al que le gustaría que arrojaran sus cenizas sería el mar. “Una noche soñé que me moría y lo único que hacía era nadar y nadar en la oscuridad del fondo del océano, como un pez ciego”. No le puse mucha atención en ese momento -nadie toma con seriedad a una persona sana cuando habla de su muerte-, pero ahora lo recuerdo mientras meto unas latas de cerveza en la hielera y tomo un libro para tumbarme a leer bajo el sol. Soy entomólogo forense. Me dedico a estudiar los insectos que ...

Graffiti - Julio Cortázar

Tantas cosas que empiezan y acaso acaban como un juego, supongo que te hizo gracia encontrar el dibujo al lado del tuyo, lo atribuiste a una casualidad o a un capricho y sólo la segunda vez te diste cuenta de que era intencionado y entonces lo miraste despacio, incluso volviste más tarde para mirarlo de nuevo, tomando las precauciones de siempre: la calle en su momento más solitario, ningún carro celular en las esquinas próximas, acercarse con indiferencia y nunca mirar los graffiti de frente sino desde la otra acera o en diagonal, fingiendo interés por la vidriera de al lado, yéndote enseguida. Tu propio juego había empezado por aburrimiento, no era en verdad una protesta contra el estado de cosas en la ciudad, el toque de queda, la prohibición amenazante de pegar carteles o escribir en los muros. Simplemente te divertía hacer dibujos con tizas de colores (no te gustaba el término graffiti, tan de crítico de arte) y de cuando en cuando venir a verlos y hasta con un poco de ...

El hombre sirena - Samanta Schweblin

Estoy sentada en el bar del puerto, esperando a Daniel, cuando veo al hombre sirena mirarme desde el muelle. Está sobre la primera columna de hormigón, donde el agua todavía no llega a la playa, a unos cincuenta metros. Tardo en reconocerlo, en entender qué es exactamente, tan hombre de la cintura para arriba, tan sirena de la cintura para abajo. Mira hacia un lado, después tranquilamente hacia el otro, y al fin vuelve a mirar hacia acá. Mi primer impulso es pararme. Pero sé que el tano, el dueño del bar, es amigo de Daniel, y me vigila desde la barra. Disimulo buscando entre las cosas de la mesa la cuenta del café, como si de un momento a otro hubiera optado por irme. El tano se acerca para ver que todo esté bien, insiste en que debo quedarme, que Daniel ya debe estar por llegar, que debo esperar. Le digo que se quede tranquilo, que enseguida vuelvo. Dejo cinco pesos sobre la mesa, tomo mi cartera y salgo. No tengo un plan para el hombre sirena, simplemente dejo el bar y camino en su ...

Con los ojos cerrados - Reinaldo Arenas

A usted sí se lo voy a decir, porque sé que si se lo cuento a usted no se me va a reír en la cara ni me va a regañar. Pero a mi madre no. A mamá no le diré nada, porque de hacerlo no dejaría de pelearme y de regañarme. Y, aunque es casi seguro que ella tendría la razón, no quiero oír ningún consejo ni advertencia. Por eso. Porque sé que usted no me va a decir nada, se lo digo todo. Ya que solamente tengo ocho años voy todos los días a la escuela. Y aquí empieza la tragedia, pues debo levantarme bien temprano —cuando el primeo que me regaló la tía Grande Ángela sólo ha dado dos voces— porque la escuela está bastante lejos. A eso de las seis de la mañana empieza mamá a pelearme para que me levante y ya a las siete estoy sentado en la cama y estrujándome los ojos. Entonces todo lo tengo que hacer corriendo: ponerme la ropa corriendo, llegar corriendo hasta la escuela y entrar corriendo en la fila pues ya han tocado el timbre y la maestra está parada en la puerta. Pero ayer fue diferente y...

Estar vivo - Inés Arredondo

Si trato de recordarlo todo desde el principio, me miro entrar en el cuarto de Gabriela con aquel traje café, holgado y que ahora resulta tan ridículo, como se mira entrar un actor en escena; pero la irritante seguridad de que en aquel cuarto, en medio de las nubes de vapor oloroso a resina estaba secuestrado, obligado a vivir en un extramundo odioso y enajenado, la respiro tan vivamente que ahora mismo me oprime el pecho. Gabriela no cumplía entonces dos años de edad y hacía mes y medio que un asma insistente y peligrosa, agravada por infecciones bronquiales, nos mantenía angustiados, girando alrededor de su cuarto lleno de vapor de eucalipto, casi enfermos ya de cansancio y desesperación. Luisa hubiera podido decir que yo tenía algún descanso en mi trabajo, en las calles, en los rostros diferentes, y que ella en cambio… pero no lo dijo, y así, cuando le anuncié que Ángela vendría a conocerla y a cenar con nosotros lo aceptó sin comentario, pero yo sentí que lo admitía como una ofrend...

Un error judicial - Roberto Arlt

De pronto, el señor Roeder, levantándose de entre el círculo de herederos que escudriñaban el semblante de la señora Grummer, exclamó: —Sí, ¡usted es la ladrona! La señora Grummer, una anciana de sesenta años, al escuchar a Roeder se echó a llorar. Las lágrimas corrían por su ruinoso rostro amarillo; pero el señor Roeder, impasible, continuó: —Señora… de la caja del finado Rumpler faltaban veinte mil pesos. Del libro de «haberes» ha sido arrancada la hoja donde figuraba la cantidad de acciones que Rumpler había comprado al frigorífico «El Triángulo», ¡y qué casualidad!, hoy un agente de investigaciones, al revisar el baúl que usted tenía depositado en la casa de la señora Gaster, encuentra una boleta de depósito por veinte mil pesos. Un círculo de cabezas canosas y rostros ceñudos escuchaba con ansiedad al señor Roeder. Roeder, comerciante en cereales, había sido nombrado depositario por los parientes de Rumpler, el día que este había fallecido, de lo que quedaba como posible herencia,...