El niño recogió una pesada piedra de las que abundaban en el pequeño patio trasero de la casa, calculó cuidadosamente la puntería y la arrojó con fuerza contra el ratón que parecía observarlo atentamente a pocos pasos de distancia. La piedra, describiendo una corta parábola en el aire, cayó pesadamente sobre el espinazo del animal produciendo un ruido sordo. El ratón se arrastró un poco hacia el fondo del patio, se detuvo luego y haciendo una grotesca voltereta quedó por fin inmóvil con el vientre al sol. Dando media vuelta, el niño corrió velozmente hacia la casa. Abrió de un empujón la puerta y cruzó como una ráfaga de viento fresco la habitación semioscura donde la anciana dormitaba. Esta despertó sobresaltada y al comprobar la causa que la había sustraído de su sueño, cambió ligeramente de posición y cerró de nuevo los ojos. —¡Qué muchacho este! —murmuró… Ahora le sería difícil conciliar otra vez el sueño. Y el médico le había advertido que necesitaba dormir mucho y no preocuparse ...