No hay poder duradero sobre la tierra. Todo pasa, todo se borra. Pero en esto no me refiero al poder de don Fulgencio que sí era un poder duradero e imborrable. Un poder palpable a la simple vista. En el pueblo nadie lo puso en duda nunca y por supuesto, porque no había razón para creer lo contrario: un amigo que cayera preso salía al día siguiente sin pagar carcelaje; un asunto de permisos o exenciones de impuestos del plan de arbitrios; una carta de recomendación para ser maestro rural. Todo esto era resuelto con diligencia por don Fulgencio, siete años seguidos Juez Local y Líder del Partido, conocedor pulgada a pulgada del terreno que pisaba, de los rostros de los amigos, de la edad de los hijos de los amigos hábiles para inscribirse y votar, de sus debilidades y pequeñas necesidades, de sus entusiasmos y padrino de muchos hijos de correligionarios. El Juez Local despachaba en la Casa del Cabildo frente a la plaza desierta. La Casa del Cabildo era la principal edificación del puebl...