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Mostrando entradas de octubre, 2021

Espantos de agosto - Gabriel García Márquez

Llegamos a Arezzo un poco antes del medio día, y perdimos más de dos horas buscando el castillo renacentista que el escritor venezolano Miguel Otero Silva había comprado en aquel recodo idílico de la campiña toscana. Era un domingo de principios de agosto, ardiente y bullicioso, y no era fácil encontrar a alguien que supiera algo en las calles abarrotadas de turistas. Al cabo de muchas tentativas inútiles volvimos al automóvil, abandonamos la ciudad por un sendero de cipreses sin indicaciones viales, y una vieja pastora de gansos nos indicó con precisión dónde estaba el castillo. Antes de despedirse nos preguntó si pensábamos dormir allí, y le contestamos, como lo teníamos previsto, que sólo íbamos a almorzar. —Menos mal —dijo ella— porque en esa casa espantan. Mi esposa y yo, que no creemos en aparecidos del medio día, nos burlamos de su credulidad. Pero nuestros dos hijos, de nueve y siete años, se pusieron dichosos con la idea de conocer un fantasma de cuerpo presente. Miguel Otero ...

El portero del prostíbulo - Jorge Bucay

No había en aquel pueblo un oficio peor visto y peor pagado que el de ser portero del prostíbulo. Pero, ¿qué otra cosa podría hacer aquel hombre? De hecho, nunca había aprendido a leer ni a escribir, no tenía ninguna otra actividad ni oficio. En realidad, era su puesto porque su padre había sido portero de ese prostíbulo antes que él, y antes que aquel, el padre de su padre. Durante décadas, el prostíbulo había pasado de padres a hijos y la portería también. Un día, el viejo propietario murió y un joven con inquietudes, creativo y emprendedor se hizo cargo del prostíbulo. El joven decidió modernizar el negocio. Modificó las habitaciones y después citó al personal para darle nuevas instrucciones. Al portero, le dijo: —A partir de hoy, usted, además de estar en la puerta, me va a tener que preparar un informe semanal. Allí anotará la cantidad de parejas que entran cada día. A una de cada cinco, le preguntará cómo fueron atendidas y qué corregirían del lugar. Una vez por semana, usted me ...

De cómo repartió el diablo los males por el mundo - Ciro Alegría

Voy a contarles, y no lo olviden, porque es cosa que un cristiano debe tener bien presente, esta historia que nosotros no olvidaremos jamás y que diremos a nuestros hijos con el encargo de que la repitan a los suyos, y así continúe transmitiéndose, y nunca se pierda. Esto ocurrió en un tiempo en que el Diablo salió para vender males por la tierra. El hombre ya había pecado y estaba condenado, pero no había variedad de males. Entonces el Diablo, con su costal al hombro, iba por todos los caminos de la tierra vendiendo los males que llevaba empaquetados en su costal, pues los había hecho polvo. Había polvos de todos los colores que eran los males: ahí estaban la miseria y la enfermedad, la avaricia y el odio, y la opulencia que también es mal y la ambición, que es un mal también cuando no es la debida, y he aquí que no había mal que faltara… Y entre esos paquetes había uno chiquito y con polvito blanco, que era el desaliento… Y así es que la gente iba para comprarle y todita compraba enf...

El mal fotógrafo - Juan Villoro

Recuerdo a mi padre alejarse del grupo donde se servía limonada. En las playas o los jardines, siempre tenía algún motivo para apartarse de nosotros, como si los niños causáramos insolación y tuviese que buscar sombra en otra parte. Puedo ver su cara recortada en el quicio de una puerta, fumando con desgano, con la rutina parda del adicto que hace mucho dejó de disfrutar el vicio. Nunca se quitaba la corbata. Para él las vacaciones eran el momento en que se manchaba la corbata y no le importaba. Sólo se ponía otra al volver al trabajo. Supongo que nunca se adaptó a nosotros. Nos tomaba en cuenta con la calmosa dedicación con que alguien deja caer gotas azules en un acuario. También el verdadero sol lo molestaba. Le sacaba pecas en los antebrazos, cubiertos de vellos rojizos. No era un hombre de intemperie. Lo único que disfrutaba de las vacaciones era el trayecto, las muchas horas a bordo del coche. Entonces cantaba una canción sobre un caballo de carreras. Aunque el caballo perdía sie...

El tercer hombro - Subcomandante Marcos

En el hombro de la noche apareció la luna, pero apenas por un momento. Las nubes se apartaron, como descorriendo una cortina, y entonces el cuerpo nocturno lució su huella de luz. Sí, como la marca que deja un diente en el hombro cuando, en el vuelo del deseo, uno no sabe si cae o se eleva. Hace 20 años, después de subir trabajosamente la primera loma para entrar a las montañas del Sureste mexicano, me senté en un recodo del camino. ¿La hora? No la recuerdo exactamente, pero era ésa en que la noche dice que ya-estuvo-bueno-de-grillos-mejor-me-voy-a-dormir, y al sol ni quién lo levante. O sea que era la madrugada. Mientras trataba de serenar la respiración y los latidos del corazón, pensaba yo en la conveniencia de optar mejor por una profesión más reposada. Después de todo, estas montañas se la habían pasado muy bien sin mí hasta mi llegada, y no me echarían de menos. Debo decir que no encendí la pipa. Es más, ni siquiera me moví. Y no por disciplina militar, sino porque me dolía todo ...