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Mostrando entradas de noviembre, 2021

Un pacto con el diablo - Juan José Arreola

Aunque me di prisa y llegué al cine corriendo, la película había comenzado. En el salón oscuro traté de encontrar un sitio. Quedé junto a un hombre de aspecto distinguido. —Perdone usted —le dije—, ¿no podría contarme brevemente lo que ha ocurrido en la pantalla? —Sí. Daniel Brown, a quien ve usted allí, ha hecho un pacto con el diablo. —Gracias. Ahora quiero saber las condiciones del pacto: ¿podría explicármelas? —Con mucho gusto. El diablo se compromete a proporcionar la riqueza a Daniel Brown durante siete años. Naturalmente, a cambio de su alma. —¿Siete nomás? —El contrato puede renovarse. No hace mucho, Daniel Brown lo firmó con un poco de sangre. Yo podía completar con estos datos el argumento de la película. Eran suficientes, pero quise saber algo más. El complaciente desconocido parecía ser hombre de criterio. En tanto que Daniel Brown se embolsaba una buena cantidad de monedas de oro, pregunté: —En su concepto, ¿quién de los dos se ha comprometido más? —El diablo. —¿Cómo es es...

Conciliar el sueño - Mario Benedetti

Lo que ocurre, doctor, es que en mi caso los sueños vienen por ciclos temáticos. Hubo una época en que soñaba con inundaciones. De pronto los ríos se desbordaban y anegaban los campos, las calles, las casas y hasta mi propia cama. Fíjense que en sueños aprendí a nadar y gracias a eso sobreviví a las catástrofes naturales. Lamentablemente, esa habilidad tuvo una vigencia sólo onírica, ya que un tiempo después pretendí ejercerla, totalmente despierto, en la piscina de un hotel y estuve a punto de ahogarme. Luego vino un período en que soñé con aviones. Más bien, con un solo avión, porque siempre era el mismo. La azafata era feúcha y me trataba mal. A todos les daba champán, menos a mí. Le pregunté por qué y ella me miró con un rencor largamente programado y me contestó: «Vos bien sabés por qué». Me sorprendió tanto aquel tuteo que casi me despierto. Además, no imaginaba a qué podía referirse. En esa duda estaba cuando el avión cayó en un pozo de aire y la azafata feúcha se desparramó en ...

Casa tomada - Julio Cortázar

Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia. Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una locura pues en esa casa podían vivir ocho personas sin estorbarse. Hacíamos la limpieza por la mañana, levantándonos a las siete, y a eso de las once yo le dejaba a Irene las últimas habitaciones por repasar y me iba a la cocina. Almorzábamos al mediodía, siempre puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera de unos platos sucios. Nos resultaba grato almorzar pensando en la casa profunda y silenciosa y cómo nos bastábamos para mantenerla limpia. A veces llegábamos a creer que era ella la que no nos dejó casarnos. Irene rechazó dos pretendientes sin mayor motivo, a mí se me murió María Esther antes que llegáramos a comprometernos. Entramos en los cuarenta años con la inexpresada...

La peor señora del mundo - Francisco Hinojosa

En el norte de Turambul, había una vez una señora que era la peor señora del mundo. Era gorda como un hipopótamo, fumaba puro y tenía dos colmillos puntiagudos y brillantes. Además, usaba botas de pico y tenía unas uñas grandes y filosas con las que le gustaba rasguñar a la gente. A sus cinco hijos les pegaba cuando sacaban malas calificaciones en la escuela, y también cuando sacaban dieces.Los castigaba cuando se portaban bien y cuando se portaban mal. Les echaba jugo de limón en los ojos lo mismo si hacían travesuras que si le ayudaban a barrer la casa o a lavar los platos de la comida. Además de todo, en el desayuno les servía comida para perros. El que no se la comiera debía saltar la cuerda ciento veinte veces, hacer cincuenta sentadillas y dormir en el gallinero. Los niños del vecindario se echaban a correr cuando veían que ella se acercaba. Lo mismo sucedía con los señores y las señoras y los viejitos y las viejitas y los policías y los dueños de las tiendas. Hasta los gatos y l...

La huella de la Comandante Ramona - Subcomandante Insurgente Marcos

La Comandanta Ramona era muy alegre y muy burlona. Decía de broma cuando le tocaba guiarnos a nosotros — porque ella era la única que conocía el camino —  que nuestra lucha era buena, porque era lo primero en lo que la mujer iba adelante. Y bromeaba y decía: “ cuando ganemos tal vez nos van a alcanzar ustedes, los hombres que todavía van detrás de nosotras y, entonces, en el nuevo mundo que queremos construir ¡vamos a caminar uno al lado de otro! ”. Y lo decía con burla porque la costumbre hasta entonces en las comunidades es que el hombre iba adelante y la mujer atrás, siguiéndolo. Yo me iba tropezando a cada rato y ella se adelantó. Aunque era muy chaparrita y chiquita pues caminaba como pirinola, o sea como que le daban cuerda y échale los jales, porque no la alcanzaba. Por supuesto, me perdí. Por el peso yo iba mirando abajo y aprendí a seguir su huella. Iba dejando la huella  — ella caminaba descalza, yo con botas — , iba dejando su huella... “ Bueno, si se adelanta mucho...

La abuelita y el Puente de Oro - Claribel Alegría

Manuel tenía una cantidad infinita de anécdotas acerca de su abuela loca que tenía una choza y un terrenito a medio kilómetro del Puente de Oro. — Era loca, pero muy emprendedora   — sonrió — , estaba orgullosa de su gran puente colgado sobre el Lempa. "Mi puentecito", le decía. Manuel era dirigente de una organización de campesinos salvadoreños que había venido a Europa a dar una serie de charlas. — ¿Qué tenía de loca?  — preguntó Luisa. — Bueno, desde que prendió la guerra, el ejército puso retenes a cada extremo del puente para protegerlo.  A mi abuela se le ocurrió que iba a hacer fortuna sirviéndole de cocinera a la tropa. Cada mañana se levantaba a las cuatro, para cocinar frijoles, echar tortillas y hacer una olla de arroz. Ponía todo en su carretilla y se iba a servirles el desayuno a los soldados del lado más cercano. Después cruzaba el puente, casi dos kilómetros, ¿se imagina?, para darles el desayuno a los del otro lado. De allí se iba a su casa a preparar...