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Mostrando entradas de mayo, 2022

La tía Daniela - Ángeles Mastretta

La tía Daniela se enamoró como se enamoran siempre las mujeres inteligentes: como una idiota. Lo había visto llegar una mañana, caminando con los hombros erguidos sobre un paso sereno y había pensado: “Este hombre se cree Dios”. Pero al rato de oírlo decir historias sobre mundos desconocidos y pasiones extrañas, se enamoró de él y de sus brazos como si desde niña no hablara latín, no supiera lógica, ni hubiera sorprendido a media ciudad copiando los juegos de Góngora y Sor Juana como quien responde a una canción en el recreo. Era tan sabia que ningún hombre quería meterse con ella, por más que tuviera los ojos de miel y una boca brillante, por más que su cuerpo acariciara la imaginación despertando las ganas de mirarlo desnudo, por más que fuera hermosa como la virgen del Rosario. Daba temor quererla porque algo había en su inteligencia que sugería siempre un desprecio por el sexo opuesto y sus confusiones. Pero aquel hombre que no sabía nada de ella y sus libros, se le acercó como a c...

La cabeza pegada al vidrio - Silvina Ocampo

Desde hacía quince años Mlle. Dargére tenía a su cargo una colonia de niños débiles que había sido fundada por una de sus abuelas. La casa estaba situada a la orilla del mar y ella desde su juventud había vivido en la parte lateral del asilo, en el último piso de la torre. En los primeros tiempos vivía en el primer piso, pero de noche en los vidrios de la ventana se le aparecía la cabeza de un hombre en llamas. Una cabeza espantosamente roja, pegada al vidrio como las pinturas de los vitraux . Se mudó al segundo piso: la misma cabeza la perseguía. Se mudó al tercer piso: la misma cabeza la perseguía; se mudó de todos los cuartos de la casa con el mismo resultado. Mlle. Dargére era extremadamente bonita y los chicos la querían, pero una preocupación constante se le instaló en el entrecejo en forma de arrugas verticales que estropeaban un poco su belleza. Sus noches se llenaban de insomnios y en sus desvelos oía los coros de los sueños de los niños subir, con blancura de camisón, de los ...

Noche en la selva Aguaruna - Luis Sepúlveda

No conozco a ese hombre que se detiene a la orilla del río, que respira hondamente y sonríe al reconocer los aromas que viajan en el aire. No lo conozco, pero sé que ese hombre es mi hermano. Ese hombre que sabe que el polen viaja prendido a la arbitraria voluntad del viento, mas confiado y soñando con la fértil tierra que lo espera, ese hombre es mi hermano. Y sabe muchas cosas mi hermano. Sabe, por ejemplo, que un gramo de polen es como un gramo de sí mismo, dulcemente predestinado al lodo germinal, al misterio del que se alzará vivo de ramas, de frutos y de hijos, con la bella certeza de las transformaciones, del comienzo inevitable y del necesario final, porque lo inmutable encierra el peligro de lo eterno y sólo los dioses tienen el tiempo para la eternidad. Ese hombre que empuja su canoa sobre la playa de fina arena, y se prepara a recibir el milagro que cada atardecer en la selva abre las puertas del misterio, ese hombre es necesariamente mi hermano. Mientras la sutil resistenci...