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Mostrando entradas de marzo, 2024

Muerte en terapia - Nicolás Sack

Tras una larga jornada laboral Marcelo Robledo estaba exhausto, con un cansancio acumulado desde el principio de la semana. Este trabajo es agotador, pensó mientras daba fuego con un pequeño encendedor metálico su anteúltimo cigarrillo del día. En ese día había atendido a nueve pacientes, cada uno con diversos y complejos problemas que a Robledo francamente no le interesaban en lo más mínimo. La realidad es que en los últimos tiempos dudaba de si seguir ejerciendo o no la psicología. Oír conflictos ajenos era desagradable, desgastante. Podría decirse que Marcelo atravesaba una etapa de desamor hacia su trabajo, como si en un abrir y cerrar de ojos la noble carrera estudiada hubiera dejado de ser su vocación. Los horarios eran demasiado extensos, la paga no era buena y las historias de los pacientes comenzaban a deteriorar su salud mental. De hecho había estado cerca de abandonar todo y cumplir su sueño de abrir una cafetería, pero desistió al momento de conocer a su nuevo paciente; alg...

Luis Pie - Juan Bosch

A eso de las siete la fiebre aturdía al haitiano Luis Pie. Además de que sentía la pierna endurecida, golpes internos le sacudían la ingle. Medio ciego por el dolor de cabeza y la debilidad, Luis Pie se sentó en el suelo, sobre las secas hojas de la caña, rayó un fósforo y trató de ver la herida. Allí estaba, en el dedo grueso de su pie derecho. Se trataba de una herida que no alcanzaba la pulgada, pero estaba llena de lodo. Se había cortado el dedo la tarde anterior, al pisar un pedazo de hierro viejo mientras tumbaba caña en la colonia Josefita.  Un golpe de aire apagó el fósforo, y el haitiano encendió otro. Quería estar seguro de que el mal le había entrado por la herida y no que se debía a obra de algún desconocido que deseaba hacerle daño. Escudriñó la pequeña cortada, con sus ojos cargados por la fiebre, y no supo qué responderse; después quiso levantarse y andar, pero el dolor había aumentado a tal grado que no podía mover la pierna.  Esto ocurría el sábado, al iniciar...

El amo viejo - Manuel Romero de Terreros

La familia Hernández de Sandoval, opulenta hace diez años y hoy casi en la miseria, era una de las más respetables de la Ciudad de México. Como base principal de su fortuna figuraban las extensas haciendas que poseía, desde los tiempos de la Conquista, en el hoy denominado Estado de Morelos, comarca fertilísima, en donde se cultiva con preferencia la caña de azúcar. Conservan muchas de las haciendas mexicanas el carácter de fortalezas que supieron darles sus primeros poseedores, mientras que otras, que no se distinguen por su arquitectura, abundan, en cambio, en bellezas naturales; todo lo cual hace que una visita a una de estas fincas no carezca, generalmente, de interés. A pesar de la estrecha amistad que unía a los Hernández de Sandoval con mi familia, desde largos años, no había yo tenido ocasión de visitar ninguna de sus haciendas, aunque ellos sí habían pasado largas temporadas en la nuestra, situada en el centro del país; de manera que, en cuanto se ofreció la oportunidad de aco...

Un estilo de vida - Fernando Sorrentino

En mi juventud, antes de ser agricultor y ganadero, yo era empleado de la Municipalidad. Las cosas ocurrieron así: En aquel tiempo yo tenía veinticuatro años y ningún pariente cercano. Vivía en este mismo pequeño departamento de la avenida Santa Fe, entre Canning y Aráoz.  Ya se sabe que, inclusive en un ámbito tan reducido, pueden suceder accidentes. En mi caso, un accidente mínimo: cuando quise abrir la puerta para dirigirme a mi empleo, la llave se quebró dentro de la cerradura. Después de recurrir en vano a destornilladores y pinzas, resolví llamar por teléfono a una cerrajería. Mientras esperaba al cerrajero, avisé a la Municipalidad que iba a llegar un poco más tarde. Por suerte, el cerrajero vino bastante pronto. De este hombre sólo recuerdo que era joven, pero con el cabello totalmente blanco. A través de la mirilla, le dije: —Se me quebró la llave dentro de la cerradura. Esbozó un breve gesto de contrariedad: —¿Del lado de adentro? En ese caso, ya el asunto es má...

Abuelo y nieto - Miguel de Unamuno

Volvían al pueblo desde la labor, silenciosos los dos, padre e hijo, como de costumbre, cuando de pronto dijo aquél a éste: —Oye, Pedro. —¿Qué quiere, padre? —Tiempo hace que me anda una idea dando vueltas y más vueltas en la cabeza, y mucho será que no te haya también a ti ocurrido alguna vez… —Si no lo dice… —¿En qué piensas? —No; sino, ¿en qué piensa usted? —Pues yo pienso… mira… pienso que estamos mal así… —¿Cómo así? —Vamos… así… solos… —y como el hijo no contestase, tras una pausa, prosiguió—: ¿No crees que estamos mal así? —Puesto que usted lo dice… —¿No crees que nos falta algo? —Sí, padre; nos falta madre. —Pues ya lo sabes. Siguieron un gran trecho silenciosos, perdidas sus miradas en el largo camino polvoriento que tocaba al cielo allá lejos, donde bajo la franja de una noche cenicienta iba derritiéndose la última luz del sol ya muerto. De pronto dejó caer el padre en el silencio esta palabra: «Tomasa», como principio de una frase en suspenso, y cual un eco, respondió el hij...

Las pirámides - Juan José Saer

Sollozando despacio en la cama para no despertar a su mujer, el hombre, que ya está despierto del todo, sigue sin embargo enredado en la pesadilla horrible que acaba de tener. En la oscuridad, siente las lágrimas calientes humedecerle las mejillas. El asco, la culpa, el horror, la desesperación lo asaltan y lo sobrecogen. Le parece que el universo entero se ha manchado para siempre con la vergüenza infinita que le da su sueño. El mundo ya no será nunca más el mismo después de haberlo tenido. Es un comerciante egipcio próspero, importador de ciertas máquinas europeas. Ingeniero electrónico de formación (estudió en Londres), prefirió aplicar sus conocimientos al comercio siguiendo la tradición familiar, con el buen olfato de relacionarse más bien con industriales franceses que ingleses, encontrando de ese modo una competencia menos seria, lo que le permitió al cabo de una década acrecentar y sobre todo afirmar la fortuna familiar. Asociado con su hermano mayor y con su cuñado, el marido ...

El crimen perfecto - Juan Carlos Onetti

Un cuento policial Las manos en la espalda, su pipa entre los dientes, Julián Chapars estaba de pie junto al estanque, cuyas aguas reflejaban el cielo gris, y los ramajes melancólicos de los sauces de donde partía el rumor de los pájaros. El reloj pulsera de Chapars señalaba las seis de la mañana. Habiendo cometido su crimen la víspera, a las ocho de la noche Chapars calculaba, diciéndose que era un asesino desde hacía diez horas. Se oyó decir a sí mismo, casi en voz alta: —Ya hace diez horas que Fernando es un cadáver… Lanzó una rápida mirada a su alrededor. Nadie. Encogió los hombros. Sus pensamientos dieron marcha atrás. Volvió a verse en la noche anterior, cuando se encontró en una calle casi desierta al pobre Fernando. —Hola, primo. ¿Cómo va eso? Fernando iba a pie, mientras que él manejaba su lujoso automóvil. Fernando se acercó al coche. —Es una suerte encontrarte, Julián. Hace bastante tiempo que te estás burlando de mí con tus pr...

Cajas de cartón - Francisco Jiménez

Era a fines de agosto. Ito, el aparcero, ya no sonreía. Era natural. La cosecha de fresas terminaba, y los trabajadores, casi todos braceros, no recogían tantas cajas de fresas como en los meses de junio y julio. Cada día el número de braceros disminuía. El domingo sólo uno —el mejor pizcador— vino a trabajar. A mí me caía bien. A veces hablábamos durante nuestra media hora de almuerzo. Así fue como supe que era de Jalisco, de mi tierra natal. Ese domingo fue la última vez que lo vi. Cuando el sol se escondía detrás de las montañas, Ito nos señaló que era hora de ir a casa. "Ya hes horra", gritó en su español mocho. Ésas eran las palabras que yo ansiosamente esperaba doce horas al día, todos los días, siete días a la semana, semana tras semana, y el pensar que no las volvería a oír me entristeció. Por el camino rumbo a casa, Papá no dijo una palabra. Con las dos manos en el volante miraba fijamente el camino. Roberto, mi hermano mayor, también estaba callado. Echó para atrás ...