Tras una larga jornada laboral Marcelo Robledo estaba exhausto, con un cansancio acumulado desde el principio de la semana. Este trabajo es agotador, pensó mientras daba fuego con un pequeño encendedor metálico su anteúltimo cigarrillo del día. En ese día había atendido a nueve pacientes, cada uno con diversos y complejos problemas que a Robledo francamente no le interesaban en lo más mínimo. La realidad es que en los últimos tiempos dudaba de si seguir ejerciendo o no la psicología. Oír conflictos ajenos era desagradable, desgastante. Podría decirse que Marcelo atravesaba una etapa de desamor hacia su trabajo, como si en un abrir y cerrar de ojos la noble carrera estudiada hubiera dejado de ser su vocación. Los horarios eran demasiado extensos, la paga no era buena y las historias de los pacientes comenzaban a deteriorar su salud mental. De hecho había estado cerca de abandonar todo y cumplir su sueño de abrir una cafetería, pero desistió al momento de conocer a su nuevo paciente; alg...