Podría ir hacia atrás o hacia adelante, hacia el norte o más hacia el sur, hacia el pasado o en busca de algún otro futuro. Sin embargo, lo cierto esta madrugada es que debe partir, huir. Tal es seguramente el único rayo de lucidez que le ha tocado en mucho tiempo. Sabe que hoy la duda no le está permitida, un minuto de indecisión puede prolongar para siempre el pavoroso sopor que la consume, tan diferente al hastío fiel que dominaba su vida aquel ya —le parece— lejanísimo día en que Raiza le habló del sur. Sobreponiéndose a las contusiones, inutilizada la mano derecha que luce como vendaje un trozo arrancado de su blusa de algodón preferida, recoge lo más rápido que puede algunas pocas pertenencias que sabe no resultarán indispensables. Con el pequeño maletín trenzado en uno de sus adoloridos hombros, sale sigilosamente, asustada aún, a la calle principal, es decir, a la carretera. Camina de manera atropellada hacia aquella especie de increíble oasis: un colegio de monjas fund...