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Mostrando entradas de junio, 2024

Sur - Silda Cordoliani

Podría ir hacia atrás o hacia adelante, hacia el norte o más hacia el sur, hacia el pasado o en busca de algún otro futuro. Sin embargo, lo cierto esta madrugada es que debe partir, huir. Tal es seguramente el único rayo de lucidez que le ha tocado en mucho tiempo. Sabe que hoy la duda no le está permitida, un minuto de indecisión puede prolongar para siempre el pavoroso sopor que la consume, tan diferente al hastío fiel que dominaba su vida aquel ya —le parece— lejanísimo día en que Raiza le habló del sur. Sobreponiéndose a las contusiones, inutilizada la mano derecha que luce como vendaje un trozo arrancado de su blusa de algodón preferida, recoge lo más rápido que puede algunas pocas pertenencias que sabe no resultarán indispensables. Con el pequeño maletín trenzado en uno de sus adoloridos hombros, sale sigilosamente, asustada aún, a la calle principal, es decir, a la carretera. Camina de manera atropellada hacia aquella especie de increíble oasis: un colegio de monjas fund...

La mujer que camina para atrás - Alberto Chimal

Iban a dar las diez de la noche. Fui por Celia, mi esposa, a su trabajo, en un edificio del centro de la ciudad. Ya había pasado mucho tiempo desde su hora reglamentaria de salida. Cuando estábamos a punto de dejar el edificio, una de sus compañeras de trabajo corrió a alcanzarnos: el jefe decía que acababan de llegar aún más pendientes atrasados y era necesario que se quedara. Celia subió de nuevo: a decirles que se iba, me dijo. Pasaron varios minutos y, cuando volvió a bajar, Celia me avisó que sólo le habían dado una hora para merendar y por lo tanto deberíamos hacerlo en algún sitio cercano. Sentí rabia. Apreté los dientes pero no dije nada. —Estas cosas sólo pasan en México —se quejó ella, como es la costumbre. Fuimos al café La Blanca, un sitio viejo y sin pretensiones como muchos otros de la zona. Nos sentamos a una mesa cualquiera entre oficinistas, empleados de tienda, paseantes de ropa cómoda y barata que no buscaban sino un café con leche y una pieza de pan. Llamamos a una ...

Una flor amarilla - Julio Cortázar

Parece una broma, pero somos inmortales. Lo sé por la negativa, lo sé porque conozco al único mortal. Me contó su historia en un bistró de la rue Cambronne, tan borracho que no le costaba nada decir la verdad aunque el patrón y los viejos clientes del mostrador se rieran hasta que el vino se les salía por los ojos. A mí debió verme algún interés pintado en la cara, porque se me apiló firme y acabamos dándonos el lujo de una mesa en un rincón donde se podía beber y hablar en paz. Me contó que era jubilado de la municipalidad y que su mujer se había vuelto con sus padres por una temporada, un modo como otro cualquiera de admitir que lo había abandonado. Era un tipo nada viejo y nada ignorante, de cara reseca y ojos tuberculosos. Realmente bebía para olvidar, y lo proclamaba a partir del quinto vaso de tinto. No le sentí ese olor que es la firma de París pero que al parecer solo olemos los extranjeros. Y tenía las uñas cuidadas, y nada de caspa. Contó que en un autobús de la línea 95 habí...

La recompensa - Félix Pita Rodríguez

Los ojos de Marta se clavaron en el cuerpecito arrugado y empequeñecido por la fiebre. ¿Dónde estaría aquella bolita que corría por dentro y era el mal? Nicolasa había vuelto a ponerle en el costado la mano grande y obscura, como quemada. —Cuando el mal se encarama por encima de en la enjundia de las costillas, ya una no tiene fuerzas para atajarlo, Marta. Eso es lo que pasa. —¿Y ya le va por ahí? —Tócale aquí y lo sentirás. —¿Dónde? —Aquí, por el filo de las costillas. Es como una bolita que se mueve. —Yo no la siento. Pero debe ser la ignorancia, Nicolasa. —Eso debe ser. Volvió a apoyar el índice, levantándolo un poco para que la uña sucia no se le hundiera en la piel de la niña, pero la bolita del mal se deslizaba, negándosele. —No, no la siento. —No importa. Ahí está subiendo. Se agarra a las costillas para llegar al corazón. —¿Eso quiere decir que se va a morir? —Pudiera ser… A veces se para antes de llegar y se hace un grano empuja la piel y revienta. Pero a veces… Si me hubieras...

En lo alto de un hilo - Humberto Arenal

Creo que en parte yo lo sabía, pero no hubiera querido que aquello sucediera. Por lo menos en la forma en que sucedió. No sé. Cuando uno es niño tiene sus amores y sus ilusiones que hay que cuidar porque si no las cosas después no van bien en la vida. Mi madre aquel día se había levantado como siempre con sueño a hacer el desayuno, con sus ojos tristes y sus movimientos lentos. Por entonces yo soñaba con ser trapecista  — esto creo que fue después que renuncié dramáticamente a ser aviador a ruegos de mi hermana menor — y me la pasaba descolgado de un trapecio todo el día mirando el mundo al revés, que después he descubierto no es una mala manera de ver lo que nos rodea. Allí estaba oyendo a la vecina de al lado peleando con su hijo, mi amigo Tito, porque se había levantado demasiado temprano a tocar la trompeta y el tambor, y se negaba a lavarse la cara. Igual que todos los días. Mi madre se acercó con una moneda en la mano y me dijo que trajera media libra de falda para la sopa, q...

El guardagujas - Juan José Arreola

El forastero llegó sin aliento a la estación desierta. Su gran valija, que nadie quiso cargar, le había fatigado en extremo. Se enjugó el rostro con un pañuelo, y con la mano en visera miró los rieles que se perdían en el horizonte. Desalentado y pensativo consultó su reloj: la hora justa en que el tren debía partir. Alguien, salido de quién sabe dónde, le dio una palmada muy suave. Al volverse el forastero se halló ante un viejecillo de vago aspecto ferrocarrilero. Llevaba en la mano una linterna roja, pero tan pequeña, que parecía de juguete. Miró sonriendo al viajero, que le preguntó con ansiedad: —Usted perdone, ¿ha salido ya el tren? —¿Lleva usted poco tiempo en este país? —Necesito salir inmediatamente. Debo hallarme en T. mañana mismo. —Se ve que usted ignora las cosas por completo. Lo que debe hacer ahora mismo es buscar alojamiento en la fonda para viajeros —y señaló un extraño edificio ceniciento que más bien parecía un presidio. —Pero yo no quiero alojarme, sino salir en el ...