—Mira todos los tomates y las calabazas que sembramos —dijo Bella.
Hace mucho, mucho, mucho tiempo, en una pequeña aldea en un lugar ahora llamado México, Bella
y su familia vivían en una casa de dos cuartos. Estaba hecha de barro y caña. La familia dormía adentro en hamacas.
A Bella y a su abuela Mamá Alma les gustaba trabajar juntas en el huerto. Mientras la familia de Bella
trabajaba en su pequeña parcela, Bella y su abuela trabajaban en el huerto. Olían las flores y hierbas.
Sembraban girasoles y lirios, también verduras. Platicaban con las lagartijas y los colibríes. A Bella le
gustaba caminar en el jardín tarareando tomada de la mano de Mamá Alma. Bella había hecho esto desde
que empezó a caminar. Ahora, Bella le ayudaba a su abuela a caminar.
—Cada año, Bella, necesito tu ayuda más y más —dijo Mamá Alma.
—Yo te puedo ayudar —dijo Bella.
Mamá Alma y Bella se sentaron en su piedra grande favorita. Mamá Alma le dio palmaditas en la mano.
—Nos hemos sentado en esta piedra, Bella, desde que eras una bebita. Yo te cargaba en mis brazos. Te
mostraba el sol, los árboles, el cactus, el maíz y las flores. Por la noche, te mostraba la luna y las estrellas. Te cantaba y cuando tú aprendiste a cantar, cantamos juntas, y yo te conté cuentos.
—Recuerdo cuando me enseñaste a tejer —dijo Bella.
Mamá Alma sonrió. —Sí, hasta cuando estabas chiquita, te gustaba sentarte y ayudarme. Te encantaba
tocar el telar.
—Yo te daba el hilo: amarillo, negro, rojo, y luego mi padre me hizo mi propio telar chiquito, y empecé a tejer solita.
—¿Recuerdas cómo jugábamos tú y yo? —preguntó Bella—. Me escondía y tú me buscabas, y después tú te escondías y yo te buscaba.
—Te gustaba esconderte detrás de las matas —rio Mamá Alma—, y a veces yo me escondía detrás de ese árbol grande.
—Y una vez, trepé el árbol y tú me estuviste a busque y busque. Me encontraste cuando empecé a reír
—dijo Bella.
Levantaron la vista para ver su árbol favorito. Mamá Alma tomó la mano de Bella y caminaron al riachuelo.
—Bella, tú ya sabes cultivar la tierra, tejer y cocinar. Tanto los niños como los adultos vienen a
verte para que les digas cómo curar un pájaro enfermo o cuáles hierbas ayudan con el dolor de
estómago. Eres una buena maestra.
—¿Yo? Tú eres mi maestra, Mamá Alma. Tú me enseñaste a hacer esas cosas. Tú eres la persona
más anciana y sabia en nuestro pueblo. Todos lo dicen.
—A nosotras nos gusta recordar, Bella. En mi mesita tengo una linda piedra que le encantaba a mi
mamá y un juguete de madera que mi papá me talló cuando era pequeña —dijo Mamá Alma.
—A mí me encanta jugar con esa piedra y ese juguete —dijo Bella.
—Ese es mi lugar para recordar —dijo Mamá Alma—. Ya no puedo ver a mi mamá o a mi papá porque nuestros cuerpos no pueden vivir para siempre. Cuando tomo la piedra y el juguete, sé que mis padres siempre están conmigo.
Bella se quedó callada. Pensó en cómo cada año, cuando las hojas se ponían amarillas y caían de los árboles, su abuela colocaba flores en su mesa porque a su mamá le gustaban las flores.
—Siempre estaré contigo —susurró Mamá Alma— aun cuando no me puedas ver.
—Pero ¡también quiero escucharte y verte! —dijo Bella.
—Cuando pienses en todos los momentos felices que pasamos juntas, vas a sonreír —dijo Mamá Alma—. Me sentirás cerca de ti. Bella, cada año, cuando las hojas se pongan doradas y caigan de los árboles, cuando las nubes se acurruquen entre las colinas, cuando las tardes refresquen y las plantas se preparen para su descanso invernal, organiza un día para recordar.
—¿Un día para recordar?
Bella cortó flores y las metió en las trenzas de su abuela.
—Sí, organiza un día cuando tú y nuestra familia y nuestros amigos se reúnan. Algunas familias decorarán una mesa o harán un lugar especial, adentro o afuera de la casa. Todos podrán recordar a las personas que querían y siguen queriendo. Algunas personas contarán historias, otras cantarán y otras rezarán.
—¿Vendrás para el día de los recuerdos? ¿Podremos verte? —preguntó Bella—. Por favor, por favor, Mamá Alma. Decoraremos una mesa y pondremos tu tejido y muchas flores. Pondremos tus comidas favoritas, y yo te cantaré una cancioncita.
Bella y Mamá Alma cosecharon las verduras para la cena. Las llevaron a la pequeña choza de paja donde cocinaba la familia.
—Bella, enséñales a los demás que cuando piensas en la gente que quieres, ellos siempre están con nosotros, aunque no podamos verlos. Eres una buena maestra. Enséñale a la gente a planear un día para recordar. ¿Harás esto cada año?
Conforme pasaron los meses, las hojas se tornaron amarillas y empezaron a caer de los árboles. Pronto el mundo se puso dorado como las hojas que revoloteaban en el viento decorando las colinas. Cuando las tardes refrescaron, Bella cubrió a Mamá Alma con una cobija suave. Mamá Alma estaba muy débil.
Le dio palmaditas a la mano de Bella.
—Siempre estaré contigo, Bella —susurró Mamá Alma.
Bella se acostó en la hamaca que compartía con su hermana. La mamá de Bella meció la hamaca donde Bella intentaba dormir. Su mamá sabía que Bella y sus hermanos estaban tristes.
Esa noche, Bella despertó y vio una pequeña luz que rápidamente escapaba por la puerta de caña hacia la noche.
Mamá Alma había muerto.
Cuánto la extrañaba Bella. Se sentó en su roca favorita y pensó, “Sé que estás conmigo, Mamá Alma. Sé que estás conmigo”.
Al año siguiente, cuando las hojas se tornaron doradas y las noches se pusieron frías, Bella le dijo a su familia —Es hora de que organicemos nuestro primer día para recordar. Podemos invitar a toda la gente de nuestra aldea. Mamá Alma tenía razón. Sonrío cuando pienso en los momentos alegres que compartimos en el huerto, tejiendo, contando cuentos y cantando juntas.
Todos vinieron a ayudar. La noche antes del día especial, cuando Bella se estaba quedando dormida, susurró —Mamá Alma, extraño ver tu cara y escuchar tu voz y sentir tus palmaditas en mis manos, pero sé que estás conmigo.
Bella soñó que estaba esparciendo pétalos color naranja para hacer un camino para que Mamá Alma pudiera llegar a su piedra favorita. Bella vio la mesa llena de todas las comidas favoritas de Mamá Alma: frijoles, tortillas de maíz, chile y frutas deliciosas como la papaya y la piña. Bella y su hermana cantaron, su padre tocó la flauta de caña y los hermanos de Bella tocaron un tambor hecho con el tronco de un árbol.
Bella fue a su piedra favorita y miró hacia la luna llena. Miró el árbol grande y allí, sentada en la alta copa, estaba Mamá Alma sonriéndole.
A la mañana siguiente, Bella y su familia y sus amigos disfrutaron de su primer Día de los Muertos. Año tras año, otras familias empezaron sus propias tradiciones para el Día de los Muertos. Cada año, Bella ayudaba a su familia a decorar un lugar para pensar en su querida abuela. Bella solía decir, “Mamá Alma siempre está con nosotros”.
*En El Día de los Muertos, Piñata Books, 2004
Comentarios
Publicar un comentario