Probablemente lo que ocurre es que ya es tiempo de que
este ensayo turbio de la Creación que es la vida, termine
con estruendo. La cosa empezó mal, ¿pues quién no se ha
preguntado por qué no me saltó en los procesos de lo
creado, desde la esmeralda hasta el alma, sin necesidad
de pasar por los milenios del protoplasma y la carne? La
vida es un líquido viscoso, granulado, asqueante, que crece
indefinidamente por segmentación del núcleo de las células que lo componen. Mientras se desarrolla en el mar, siquiera no hiede; apenas cuaja en animal propiamente
dicho, insecto o gusano, el plasma se reconcentra y se
llena de humores. Le sirven éstos para repeler organismos
análogos, y bien que lo logra, desde el gusano hasta el
hombre. Desde sus orígenes manifiesta la vida un aspecto
que repele a todo lo que se le acerca; repulsión de lo
semejante; temor de fundirse uno en otro, en ensuciarse
con el contacto ajeno, tal uno de los motivos de la angustia
de lo biológico. Confírmalo, en lo humano, todo aquel que
alguna vez se ha encontrado al centro de una multitud.
Por todos sus poros y orificios la vida huele mal. Sólo en
realidad, en el mismo amor de la criatura por la criatura,
no hay otra cosa que piedad por la comunidad de nuestro
desamparo; piedad que despiertan los ojos humanos tan
parecidos en lo profundo a los ojos de las bestias. Dolor de
estar tan bajos y de aspirar tan alto. Desconsuelo de toda
conciencia o subconciencia que se asoma al infinito con
anhelos de captación y de dominio, para cumplir los cuáles
sólo cuenta con la suficiente capacidad de su cuerpo. La miseria de nuestra posibilidad frente al poderío ilimitado
de la Creación, es el origen de ese leve terror que acompaña a nuestro existir. El alma exige y el cuerpo resiste
y finalmente se rompe. Y eso es la muerte; el acto final
de desprecio con que el alma abandona un instrumento
inútil. Escape a todo lo que es humano, escape a la biología Y a las granulaciones deseadas del protoplasma. Acaso
el culto del fuego, común de las mitologías, encierra ese
sentido, el anhelo de cambiar de contextura, la necesidad
que tenemos de una alma como de cristal, pero irrompible.
Por lo pronto, el alma se reconoce en su origen, la célula
viviente, y se asquea. El viejo horror de la carne es la
base de todos los crímenes que se manifiestan en forma
de crueldad; el horror de la carne, conduce en la lujuria, al
sadismo; la vieja náusea de la carne alienta el valor de los
brutos que matan en la batalla y luego ennegrece la honra
de los que atormentan y asesinan a los prisioneros, a los
vencidos. Se antoja una justicia superior que en campo
mismo del combate matase a todos los asesinos, a todos los
que se gozan con la venganza y la crueldad. Sin embargo,
es inevitable la pelea; nunca se ha ganado la justicia sin
lucha. La hora en que triunfan los malvados no es la más
propicia para la prédica de la paz, a no ser que se trate de
predicadores fariseos. Es divertido el espectáculo de todos
los comunistoides de la hora actual; los chicos y los grandes alarmados porque la bomba puede destruir al mundo.
El mundo de ellos es la Rusia de las opresiones infames,
de las torturas sin precedente en la Historia. Antes de que
un mundo como ese ocupase toda la Historia, que venga
sobre nosotros la bendición del fuego, que sólo afecta a la
carne y a sus maldades, pero deja libre las almas.
Tras de la carne y su dominio aparece el mundo como
el único fin del esfuerzo del hombre. La disputa del botín
acrecienta el odio. Los humanistas no pueden ponerse de
acuerdo ni hay en rigor quien los escuche. Se quedan a
engordar en sus bibliotecas; hasta que asome la bomba por
algún horizonte antihumanista. Inteligencia pura identificada con la materia, toma las vestiduras de Mefisto, y dice
a los hombres del mundo y la carne: "El secreto es muy
fácil. ¿Cuál es el secreto?, el de siempre, el del Paraíso
y la manzana si queréis, todo es lo mismo; la Creación,
está hecha así: sobre una masa delicuescente en camino de la entropía; opera un impulso inverso que con neutrones,
electrones, positrones, etc., engendra átomos, luego moléculas y con ellas los cuerpos físicos; más tarde construye
las células y con ellas plantas, animales y hombres. Tan fácil deshacer todo esto. Hacerlo, sostenerlo, ha costado millones de años de luz. ¿Pero no te parece que ya es tiempo
de deshacerlo todo? El necio humanista olvida que en parecido lenguaje habló el Diablo desde el Paraíso. Aquello
le parece experiencia nueva, y como no cree más que en
el hombre, aquella voz no puede ser sino del hombre, y "el
hombre procede del hombre y tiene como fin el hombre",
todo este perogrullismo es la ciencia del humanista.
El fuego es un baño de aseo que nos devolverá una naturaleza libre de excrecencias y también de superestructuras; bella naturaleza como la del Sol, que vive de incendio.
El fuego es el resultado de la fisura de los elementos que
al reunirse para construir, fueron a dar con el callejón sin
salida que es la vida. La B-H -la bomba de hidrógeno-,
será rápida y piadosa; en un instante fisuras colosales
harán del planeta un pequeño sol, como aquel dios sol de
las mitologías. Quizás ya lo único que merece el planeta
es arder. Quizás no hay otro escape hacia la salud. Los
fariseos de la libertad, la igualdad, la fraternidad, andan
espantados de su obra y ambicionan ponerse de acuerdo.
;De acuerdo para qué? Para que el Soviet domine el planeta con la gestapo y la mezcalina. Como no creen en el
alma, les asusta que termine la vida. Ignoran el sentido
profundo de la Redención. El alma venció a la vida desde
que conquistó el poder de síntesis, la facultad coordinadora que le permite ser transparente y sin embargo captar
y conjugar todos los poderes; ser muda y sin embargo percibir y reorganizar todos los sones. El alma no teme al
fuego porque éste destruye, desintegra las primeras etapas
de la entropía, pero no puede causar fisuras en la substancia superentrópica que es el espíritu. Sólo una maldición del espíritu puede desintegrar los elementos del alma.
Los fariseos del pacifismo andan predicando el apaciguamiento de Rusia, a toda costa, porque de otra manera,
dicen, el mundo se acaba. Yo digo: prefiero ver a mi prole
consumida en las hogueras de la B-H y no dejarla sometida a la posibilidad de un mundo de esclavitud y de crueldad como el que "fundamentan" los soviéticos. El último grito del alma es el centro de las fisuras cósmicas, será de
júbilo, porque ya se encuentra apta para un mundo mejor
que el que preside el Anticristo; para una filosofía más
sabia que la de los humanistas.
*En En el Ocaso de mi Vida, La Prensa, 1957
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