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La B-H - José Vansconcelos

Probablemente lo que ocurre es que ya es tiempo de que este ensayo turbio de la Creación que es la vida, termine con estruendo. La cosa empezó mal, ¿pues quién no se ha preguntado por qué no me saltó en los procesos de lo creado, desde la esmeralda hasta el alma, sin necesidad de pasar por los milenios del protoplasma y la carne? La vida es un líquido viscoso, granulado, asqueante, que crece indefinidamente por segmentación del núcleo de las células que lo componen. Mientras se desarrolla en el mar, siquiera no hiede; apenas cuaja en animal propiamente dicho, insecto o gusano, el plasma se reconcentra y se llena de humores. Le sirven éstos para repeler organismos análogos, y bien que lo logra, desde el gusano hasta el hombre. Desde sus orígenes manifiesta la vida un aspecto que repele a todo lo que se le acerca; repulsión de lo semejante; temor de fundirse uno en otro, en ensuciarse con el contacto ajeno, tal uno de los motivos de la angustia de lo biológico. Confírmalo, en lo humano, todo aquel que alguna vez se ha encontrado al centro de una multitud. Por todos sus poros y orificios la vida huele mal. Sólo en realidad, en el mismo amor de la criatura por la criatura, no hay otra cosa que piedad por la comunidad de nuestro desamparo; piedad que despiertan los ojos humanos tan parecidos en lo profundo a los ojos de las bestias. Dolor de estar tan bajos y de aspirar tan alto. Desconsuelo de toda conciencia o subconciencia que se asoma al infinito con anhelos de captación y de dominio, para cumplir los cuáles sólo cuenta con la suficiente capacidad de su cuerpo. La miseria de nuestra posibilidad frente al poderío ilimitado de la Creación, es el origen de ese leve terror que acompaña a nuestro existir. El alma exige y el cuerpo resiste y finalmente se rompe. Y eso es la muerte; el acto final de desprecio con que el alma abandona un instrumento inútil. Escape a todo lo que es humano, escape a la biología Y a las granulaciones deseadas del protoplasma. Acaso el culto del fuego, común de las mitologías, encierra ese sentido, el anhelo de cambiar de contextura, la necesidad que tenemos de una alma como de cristal, pero irrompible. Por lo pronto, el alma se reconoce en su origen, la célula viviente, y se asquea. El viejo horror de la carne es la base de todos los crímenes que se manifiestan en forma de crueldad; el horror de la carne, conduce en la lujuria, al sadismo; la vieja náusea de la carne alienta el valor de los brutos que matan en la batalla y luego ennegrece la honra de los que atormentan y asesinan a los prisioneros, a los vencidos. Se antoja una justicia superior que en campo mismo del combate matase a todos los asesinos, a todos los que se gozan con la venganza y la crueldad. Sin embargo, es inevitable la pelea; nunca se ha ganado la justicia sin lucha. La hora en que triunfan los malvados no es la más propicia para la prédica de la paz, a no ser que se trate de predicadores fariseos. Es divertido el espectáculo de todos los comunistoides de la hora actual; los chicos y los grandes alarmados porque la bomba puede destruir al mundo. El mundo de ellos es la Rusia de las opresiones infames, de las torturas sin precedente en la Historia. Antes de que un mundo como ese ocupase toda la Historia, que venga sobre nosotros la bendición del fuego, que sólo afecta a la carne y a sus maldades, pero deja libre las almas.

Tras de la carne y su dominio aparece el mundo como el único fin del esfuerzo del hombre. La disputa del botín acrecienta el odio. Los humanistas no pueden ponerse de acuerdo ni hay en rigor quien los escuche. Se quedan a engordar en sus bibliotecas; hasta que asome la bomba por algún horizonte antihumanista. Inteligencia pura identificada con la materia, toma las vestiduras de Mefisto, y dice a los hombres del mundo y la carne: "El secreto es muy fácil. ¿Cuál es el secreto?, el de siempre, el del Paraíso y la manzana si queréis, todo es lo mismo; la Creación, está hecha así: sobre una masa delicuescente en camino de la entropía; opera un impulso inverso que con neutrones, electrones, positrones, etc., engendra átomos, luego moléculas y con ellas los cuerpos físicos; más tarde construye las células y con ellas plantas, animales y hombres. Tan fácil deshacer todo esto. Hacerlo, sostenerlo, ha costado millones de años de luz. ¿Pero no te parece que ya es tiempo de deshacerlo todo? El necio humanista olvida que en parecido lenguaje habló el Diablo desde el Paraíso. Aquello le parece experiencia nueva, y como no cree más que en el hombre, aquella voz no puede ser sino del hombre, y "el hombre procede del hombre y tiene como fin el hombre", todo este perogrullismo es la ciencia del humanista.

El fuego es un baño de aseo que nos devolverá una naturaleza libre de excrecencias y también de superestructuras; bella naturaleza como la del Sol, que vive de incendio. El fuego es el resultado de la fisura de los elementos que al reunirse para construir, fueron a dar con el callejón sin salida que es la vida. La B-H -la bomba de hidrógeno-, será rápida y piadosa; en un instante fisuras colosales harán del planeta un pequeño sol, como aquel dios sol de las mitologías. Quizás ya lo único que merece el planeta es arder. Quizás no hay otro escape hacia la salud. Los fariseos de la libertad, la igualdad, la fraternidad, andan espantados de su obra y ambicionan ponerse de acuerdo. ;De acuerdo para qué? Para que el Soviet domine el planeta con la gestapo y la mezcalina. Como no creen en el alma, les asusta que termine la vida. Ignoran el sentido profundo de la Redención. El alma venció a la vida desde que conquistó el poder de síntesis, la facultad coordinadora que le permite ser transparente y sin embargo captar y conjugar todos los poderes; ser muda y sin embargo percibir y reorganizar todos los sones. El alma no teme al fuego porque éste destruye, desintegra las primeras etapas de la entropía, pero no puede causar fisuras en la substancia superentrópica que es el espíritu. Sólo una maldición del espíritu puede desintegrar los elementos del alma.

Los fariseos del pacifismo andan predicando el apaciguamiento de Rusia, a toda costa, porque de otra manera, dicen, el mundo se acaba. Yo digo: prefiero ver a mi prole consumida en las hogueras de la B-H y no dejarla sometida a la posibilidad de un mundo de esclavitud y de crueldad como el que "fundamentan" los soviéticos. El último grito del alma es el centro de las fisuras cósmicas, será de júbilo, porque ya se encuentra apta para un mundo mejor que el que preside el Anticristo; para una filosofía más sabia que la de los humanistas.

*En En el Ocaso de mi Vida, La Prensa, 1957

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