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Mostrando entradas de marzo, 2021

El carbonero - cuento náhuatl

Había un hombre que hacía carbón. Era muy pobre y lo hacía él solo. Primero cortaba; cuando había alcanzado a cortar cierto número de árboles, allí los juntaba. Cuando ya los había juntado, iba a buscar leña para hacer el corazón del fuego. Allá lo trabajaba activamente. Cuando lo terminaba, cuando estaba completo, luego lo tapaba con piedras. Cuando ya lo había tapado, le ponía las puntas de encino. Cuando ya estaba listo, llevaba un tercio de zacate para cubrirlo, y luego la tierra. Cuando ya terminaba de taparlo, usaba un pedazo de ocote que tenía allá para prenderlo. Lo cuidaría cuando más una semana. Cuando había terminado de arder y ya estaba hecho el carbón, luego lo sacaba. Iba a dejarlo y a venderlo. Si tenía animal, lo iba a dejar con el animal, y si no, él lo iba cargando. Había un hombre que era muy pobre. No tenía animal. Sólo cargaba lo que tenía hasta donde iba a dejarlo. Se le antojaban mucho unos pollos que se estaban cociendo. Les salía grasa, y se le antojaban. A...

Cara de Facebook - Armando Vega-Gil

Cuando terminó de subir sus retratos al Facebook, Viviana tuvo una revelación: se veía tan distinta en las fotografías que se hacía a sí misma, con su camarita desechable de cinco megapíxeles, en comparación con las fotos que su amiga Lila, desde fuera, le tomara con una súper Lumix LX5. En las tomas ajenas, Viviana se veía cachetona, fea y desgarbada, con un rostro que nunca cuadraba con sus cortes de cabello ni el trazo de sus cejas. Por el contrario, descubrió que lucía mucho más joven y delgada en las fotos que se auto tomaba de arriba a abajo, sosteniendo la cámara con la mano en alto y el brazo extendido, plano cenital, estirando el cuello, deshaciéndose de la papada y logrando que la luz a plomo le suavizara las ojeras. Así que sólo dejó en su galería estas fotos guapas, las demás las borró. ¡Que la perdonara Lila! En el fondo de su corazón, Viviana sentía mentir un poco con su imagen pública, pero el efe...

El Eclipse - Augusto Monterroso

Cuando fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que ya nada podría salvarlo. La selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado, con el pensamiento fijo en la España distante, particularmente en el convento de los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor redentora. Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de sí mismo. Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intentó algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas. Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura univer...