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Mostrando entradas de septiembre, 2020

Algo muy grave va a suceder en este pueblo - Gabriel García Márquez

Imagínese usted un pueblo muy pequeño donde hay una señora vieja que tiene dos hijos, uno de 17 y una hija de 14. Está sirviéndoles el desayuno y tiene una expresión de preocupación. Los hijos le preguntan qué le pasa y ella les responde: —No sé, pero he amanecido con el presentimiento de que algo muy grave va a sucederle a este pueblo. Ellos se ríen de la madre. Dicen que esos son presentimientos de vieja, cosas que pasan. El hijo se va a jugar al billar, y en el momento en que va a tirar una carambola sencillísima, el otro jugador le dice: —Te apuesto un peso a que no la haces. Todos se ríen. Él se ríe. Tira la carambola y no la hace. Paga su peso y todos le preguntan qué pasó, si era una carambola sencilla. Contesta: —Es cierto, pero me ha quedado la preocupación de una cosa que me dijo mi madre esta mañana sobre algo grave que va a suceder a este pueblo. Todos se ríen de él, y el que se ha ganado su peso regresa a su casa, donde está con su mamá o una nieta o en fin, cualquier pari...

La migala - Juan José Arreola

La migala discurre libremente por la casa, pero mi capacidad de horror no disminuye. El día en que Beatriz y yo entramos en aquella barraca inmunda de la feria callejera, me di cuenta de que la repulsiva alimaña era lo más atroz que podía depararme el destino. Peor que el desprecio y la conmiseración brillando de pronto en una clara mirada. Unos días más tarde volví para comprar la migala, y el sorprendido saltimbanqui me dio algunos informes acerca de sus costumbres y su alimentación extraña. Entonces comprendí que tenía en las manos, de una vez por todas, la amenaza total, la máxima dosis de terror que mi espíritu podía soportar. Recuerdo mi paso tembloroso, vacilante, cuando de regreso a la casa sentía el peso leve y denso de la araña, ese peso del cual podía descontar, con seguridad, el de la caja de madera en que la llevaba, como si fueran dos pesos totalmente diferentes: el de la madera inocente y el del impuro y ponzoñoso animal que tiraba de mí como un lastre definitivo. Dentro...

La B-H - José Vansconcelos

Probablemente lo que ocurre es que ya es tiempo de que este ensayo turbio de la Creación que es la vida, termine con estruendo. La cosa empezó mal, ¿pues quién no se ha preguntado por qué no me saltó en los procesos de lo creado, desde la esmeralda hasta el alma, sin necesidad de pasar por los milenios del protoplasma y la carne? La vida es un líquido viscoso, granulado, asqueante, que crece indefinidamente por segmentación del núcleo de las células que lo componen. Mientras se desarrolla en el mar, siquiera no hiede; apenas cuaja en animal propiamente dicho, insecto o gusano, el plasma se reconcentra y se llena de humores. Le sirven éstos para repeler organismos análogos, y bien que lo logra, desde el gusano hasta el hombre. Desde sus orígenes manifiesta la vida un aspecto que repele a todo lo que se le acerca; repulsión de lo semejante; temor de fundirse uno en otro, en ensuciarse con el contacto ajeno, tal uno de los motivos de la angustia de lo biológico. Confírmalo, en lo humano, ...

Un señor muy viejo con unas alas enormes - Gabriel García Márquez

Al tercer día de lluvia habían matado tantos cangrejos dentro de la casa, que Pelayo tuvo que atravesar su patio anegado para tirarlos al mar, pues el niño recién nacido había pasado la noche con calenturas y se pensaba que era causa de la pestilencia. El mundo estaba triste desde el martes. El cielo y el mar eran una misma cosa de ceniza, y las arenas de la playa, que en marzo fulguraban como polvo de lumbre, se habían convertido en un caldo de lodo y mariscos podridos. La luz era tan mansa al mediodía, que cuando Pelayo regresaba a la casa después de haber tirado los cangrejos, le costó trabajo ver qué era lo que se movía y se quejaba en el fondo del patio. Tuvo que acercarse mucho para descubrir que era un hombre viejo, que estaba tumbado boca abajo en el lodazal, y a pesar de sus grandes esfuerzos no podía levantarse, porque se lo impedían sus enormes alas. Asustado por aquella pesadilla, Pelayo corrió en busca de Elisenda, su mujer, que estaba poniéndole compresas al niño enfermo,...

El Día de los Muertos - Pat Mora

—Mira todos los tomates y las calabazas que sembramos —dijo Bella. Hace mucho, mucho, mucho tiempo, en una pequeña aldea en un lugar ahora llamado México, Bella y su familia vivían en una casa de dos cuartos. Estaba hecha de barro y caña. La familia dormía adentro en hamacas. A Bella y a su abuela Mamá Alma les gustaba trabajar juntas en el huerto. Mientras la familia de Bella trabajaba en su pequeña parcela, Bella y su abuela trabajaban en el huerto. Olían las flores y hierbas. Sembraban girasoles y lirios, también verduras. Platicaban con las lagartijas y los colibríes. A Bella le gustaba caminar en el jardín tarareando tomada de la mano de Mamá Alma. Bella había hecho esto desde que empezó a caminar. Ahora, Bella le ayudaba a su abuela a caminar. —Cada año, Bella, necesito tu ayuda más y más —dijo Mamá Alma. —Yo te puedo ayudar —dijo Bella. Mamá Alma y Bella se sentaron en su piedra grande favorita. Mamá Alma le dio palmaditas en la mano. —Nos hemos sentado en esta piedra, Bella, de...

El conejo en la luna - Luis Leal

Hace mucho tiempo no había astros en el cielo. Todo estaba oscuro. No existía el día. No había ni sol ni luna ni estrellas. Entonces se reunieron los dioses en el lugar que se llama Teotihuacán y dijeron: — ¿Quién se encargará de dar luz al mundo? A esas palabras respondió un dios que se llamaba Tecuci. El dios dijo: — Yo me encargo de dar luz al mundo. Luego hablaron los dioses otra vez y dijeron: — ¿Quién quiere ayudarlo? Al instante se miraron los unos a los otros y ninguno quería ofrecerse para hacer aquella tarea. Todos tenían miedo. Entre los dioses había uno llamado Nanahuatzin, a quien nadie hacía caso. Era pequeño, muy feo y tenía una desagradable enfermedad de la piel, que algunos creen que era lepra. Además, casi nunca hablaba. Sólo oía lo que los otros dioses decían y casi nunca daba su opinión. No le gustaba intervenir en las conversaciones de los otros dioses. Pero esa vez, uno de ellos le habló y le dijo: — Tú, Nanahuatzin, debes de ser el otro dios que se encargue de da...

La broma póstuma - Virgilio Díaz Grullón

Durante toda su vida había sido un bromista consumado. De modo que aquel día en que visitaba el museo de figuras de cera recién instalado en el pueblo y se encontró frente a frente con una copia exacta de sí mismo, concibió de inmediato la más estupenda de sus bromas. La figura representaba un oficial del ejército norteamericano de principios del siglo pasado y formaba parte de la escenificación de una batalla contra indios pieles rojas. Aparte de que el color de sus propios cabellos era algo más claro, el parecido era tan completo que sólo con teñirse un poco el pelo y maquillarse el rostro para darle la apariencia cetrina del modelo, lograría una similitud absolutamente perfecta entre ambos. En la madrugada del siguiente día, luego de haberse transformado convenientemente, se introdujo a escondidas en el museo, despojó a la figura de cera de su raído uniforme vistiéndose con éste y escondió aquélla, junto con su propia ropa, en una alacena del sótano. Luego tomó el lugar del soldado ...

El perro viejo y el coyote - Pablo González Casanova

Éste era un perro viejo al cual ya no quería su dueño; ya no se le daba de comer a aquel perro que ya apestaba y era viejo. El perro estaba triste porque ya no le daban de comer. Se encontró con el Coyote, que le dice: — ¿Por qué estás triste? — No tengo que comer porque ya estoy viejo. Ahora ando por aquí vagando; mi amo ya no me quiere. Le dijo el coyote: — Dame un pavo. Esta noche iré a buscarlo y tú saldrás a ladrarme y te lo abandonaré; y entonces verás que sí te darán de comer. Y llegó la noche y el coyote fue a sacar un pavo y el perro viejo salió a ladrarle: — ¡Gua, gua, gua! El perro le quitó el pavo al coyote y entonces salió su amo: — ¡Ay, mi perro viejo! ¡Ya le quitó el pavo al coyote! ¡Ay, mi perro viejo! ¡Ahora que le den de comer una tortilla gruesa! ¡Ay, mi perro viejo! *En Cuentos Indígenas , UNAM, 2001

Travesuras de la Niña Mala - Mario Vargas Llosa

El México Lindo estaba en la esquina de la rue des Canettes y la rue Guisarde, a un paso de la place Saint Sulpice, y en mi primer año de París, en que pasé apuros de dinero, muchas noches fui a apostarme a la puerta falsa de ese restaurante, a esperar a que Paúl se apareciera con un paquetito de tamales, tortillas, carnitas o enchiladas, que yo me iba a despachar en mi buhardilla del Hotel du Sénat antes de que se enfriaran. Paúl había entrado a trabajar en el México Lindo como pinche de cocina, y al poco tiempo, gracias a sus habilidades culinarias, fue ascendido a ayudante del chef y cuando lo dejó todo para dedicarse en cuerpo y alma a la revolución ya era cocinero titular del establecimiento. En esos comienzos de los años sesenta París vivía la fiebre de la Revolución Cubana y pululaba de jóvenes venidos de los cinco continentes que, como Paúl, soñaban con repetir en sus países la gesta de Fidel Castro y sus barbudos y se preparaban para ello, en serio o en juego, en conspiracione...

Todos los gatos son pardos - Carlos Fuentes

Habrá tres círculos, correspondientes a tres zonas de iluminación, en el escenario. A la izquierda, un círculo negro; al centro, uno blanco; a la derecha, uno rojo. El primero lo ocupa MOCTEZUMA: nuevamente, desnudo salvo por el taparrabos y con la escoba en la mano; el segundo, MARINA, acostada, con la cabeza abajo y los pies arriba; el tercero, CORTÉS sentado en una silla curul y de espaldas al público.  Al principio del cuadro, oscuridad. En seguida, leve iluminación del primer círculo; los otros dos permanecen en la oscuridad. [MOCTEZUMA barre lentamente. Se detiene, como si escuchase:]  MOCTEZUMA: ¿No escuchan el coro de los búhos? [Pausa.]  ¿No escuchan el bramido de la bestia fiera en las montañas? [Arroja la escoba. Se pone en cuatro patas.] En esta casa se crían hormigas. . .  [Las mata a manotazos.] Malditas hormigas. . . Malditas hormigas ...  [Cae de bruces, sollozando.] Maldito, maldito, maldito... Ni enfermo, ni loco, ni débil . . . sólo maldito .....

Sarita baja por Campomanes - Jorge Ibargüengoitia

Sarita baja por Campomanes con una botella de petróleo diáfano en la mano. La alcanzo y le digo: —¿Quiere que le cargue el petróleo? Ella, que no me ha visto, se sobresalta, se ruboriza, se turba, se retuerce y hasta después me mira. —¡Ay, pero qué susto me ha dado! —me dice—. Creí que sería uno de esos tipos que se le acercan a una y le dicen cosas. Ahora soy yo quien se siente turbado. Tomo la botella de petróleo y la acompaño a su casa por el pasaje donde venden los churros. Ella me dice que Cuévano está lleno de groseros y degenerados. Hay partes de la ciudad en las que las mujeres sencillamente no pueden caminar sin arriesgarse a que les hagan alguna malcriadez —como la esquina del Ventarrón, por ejemplo—. —El otro día iba yo bajando muy tranquila por la calle de Zacateros, cuando uno que va pasando, se me acerca y me dice "buenos días", y al mismo tiempo, ¡que me baja el cierre! ¿Usted cree que eso es justo? Nunca la había oído decir tantas palabras de un tirón. La escu...

Los Suicidios - Manuel Gutiérrez Nájera

Leía hace pocas noches, en la gacetilla arlequinesca de un periódico, la noticia de un suicidio recientemente acaecido. El párrafo en que se da cuenta del suceso desgraciado, mueve con descaro las campanillas agudas del bufón; refiere aquel suicidio con la pluma coqueta y juguetona que se empleó poco antes en referir una cena escandalosa o una aventura galante de la corte; habla de la muerte con el mismo donaire que usaría para describir, en la crónica de un baile, el traje blanco de la señora de X. Trátase de un joven que en el primer día de camino, se postra de fatiga y arroja con desdén el nudoso bordón que le ha servido; de una madre que llora sin consuelo, mirando vacío en el hogar el hueco, aún tibio, que ocupaba su hijo; y todo esto se refiere sencilla y alegremente, con la sonrisa en los labios, saboreando el delgado cigarrillo que se ha encendido para salir del teatro. Esta nerviosa carcajada, que no es la de Lucrecio al mofarse con ira de sus antiguos dioses; que no es la de ...

La Sunamita - Inés Arredondo

  […] No sé cómo llegué hasta el umbral. Era ya de noche y la habitación iluminada por una lámpara veladora parecía enorme. Los muebles, agigantados, sombríos, y un aire extraño estancado en torno a la cama. La piel se me erizó, por los poros respiraba el horror a todo aquello, a la muerte. –Acércate –dijo el sacerdote. Obedecí yendo hasta los pies de la cama, sin atreverme a mirar ni las sábanas. –Es la voluntad de tu tío, si no tienes algo que oponer, casarse contigo in articulo mortis , con la intención de que heredes sus bienes. ¿Aceptas? Ahogué un grito de terror. Abrí los ojos como para abarcar todo el espanto que aquel cuarto encerraba. “¿Por qué me quiere arrastrar a la tumba?”… Sentí que la muerte rozaba mi propia carne. –Luisa… Era don Apolonio. Tuve que mirarlo: casi no podía articular las sílabas, tenía la quijada caída y hablaba moviéndola como un muñeco de ventrílocuo. –…por favor. Y calló. Extenuado. No podía más. Salí de la habitación. Aquel no era mi tío, no se le ...

El Sapo - Juan José Arreola

Salta de vez en cuando, sólo para comprobar su radical estático. El salto tiene algo de latido: viéndolo bien, el sapo es todo corazón. Prensado en un bloque de lodo frío, el sapo se sumerge en el invierno como una lamentable crisálida. Se despierta en primavera, consciente de que ninguna metamorfosis se ha operado en él. Es más sapo que nunca, en su profunda desecación. Aguarda en silencio las primeras lluvias. Y un buen día surge de la tierra blanda, pesado de humedad, henchido de savia rencorosa, como un corazón tirado al suelo. En su actitud de esfinge hay una secreta proposición de canje, y la fealdad del sapo aparece ante nosotros con una abrumadora cualidad de espejo. En Bestiario , 1959